FUEGOS
Cada persona brilla con luz propia
entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento,
y hay gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos,
no alumbran ni queman;
pero arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende.
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YO, MUTILADO CAPILAR
Los peluqueros me humillan cobrándome la mitad.
Cada pelo que pierdo, cada uno de mis últimos cabellos es un compañero que cae
y que antes de caer ha tenido nombre o por lo menos número.
Me consuelo recordando la frase de un amigo piadoso
que me dijo alguna vez:
“Si el pelo fuera importante estaría adentro de la cabeza, no afuera”.
Y también me consuelo comprobando que en todos estos años
se me ha caído mucho pelo… pero ninguna idea…
Lo que es una ventaja si se compara con tanto arrepentido que anda por ahí.
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LA MAR
Diego no conocía la mar.
El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena,
después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos.
Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor,
que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!