Giovanna Enríquez es artista visual e historiadora de arte con práctica literaria y fotográfica. Su trabajo consta de hibridaciones palabra·imagen, fotografía, audiovisual, poesía, cuento, imagen apropiada y acompañamientos curatoriales. Es egresada de la licenciatura en Historia del arte en el Centro de Cultura Casa Lamm, del Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de escritores de la SOGEM y del Diplomado en Fotografía en la Academia de Artes Visuales. Ha publicado imágenes, fotografías,, cuentos, poemas, audiovisuales, crónicas y notas de periodismo cultural en medios electrónicos e impresos; y participado en exposiciones colectivas virtuales y presenciales en México, Chile y España, así como en intercambios fotográficos y culturales con la School of Visual Arts de Nueva York y la Neue Schüle fur fotografie de Berlín.

Giovanna Enríquez, Los temblores que ya no sentimos desde aquel festín de frutas frías y cerveza.

LA FALTA

Todo empezó por la urgencia de comprar un cepillo de dientes

eléctrico.

Ni ella ni yo sabíamos 

que se puede decir también “electrónico”,

y que el día de la entrega más próxima 

sería el siguiente domingo.

Cada cepillo se vende con cuatro 

cabezas.

Ni ella ni yo sabíamos

que se puede decir también “cabezales”.

¿Por qué no usar un cepillo común

para llegar hasta las muelas más lejanas?

Me pareció demasiado argüende,

pero aún así abrimos una cuenta en amazon,

metimos la dirección de la casa compartida,

los datos bancarios (con mucho cuidado)

y le dimos “comprar ahora”.

Se nos hizo tarde buscando

cómo rastrear el pedido.

¿Y si no llegaba a tiempo?

¿y si no venía completo?

¿y si después de 

todo 

era más fácil utilizar los dedos con un poco de pasta?

Sucederá lo que tenga que pasar.

Ya revisaremos el correo pasado mañana.

De todas maneras, 

ni ella ni yo sabíamos

que existen todavía 

formas suficientes

para enunciar la falta.

.

.

SONIDOS DESDE CASA

Las palabras abren

un espacio superior entre 

los techos pesados que sostienen los cielos,

los cielos compuestos de aire

circuncidado de tiempo,

de aire abierto 

de aire arropado de sombras sísmicas

de los temblores que ya no sentimos

porque los incorporamos a base de pasos descalzos.

Suena todo, 

acá resuenan todos los ruidos estomacales

y los dientes frotándose durante el sueño,

y los flequillos del trapeador golpeando las baldosas

y los cacareos del gallo imaginario

y los pitidos del horno de microondas 

y la pasta hirviendo de crema a borbotones

Suena todo, todo, todo, maldita sea, suena

el choque de la pera cuando cae

al piso hueco.

Los verbos abren 

un espacio 

entre todo

y mi vientre,

entre el sonido de la llamada entrante

y mis cejas

entre el tránsito de san jerónimo

y mis ojos

entre los árboles golpeándose entre sí

y mi nariz

entre el motor del auto

y mi boca

entre el sonido del dosificador de spray

y mi barbilla

entre el timbre de la caseta

y mi garganta

entre los pájaros de la fuente

y mis clavículas

entre la música de lxs vecinxs

y mi corazón

entre la vibración del móvil

y mis tetas

entre el sonido de la orina cayendo

y mi ombligo

entre el sonido de la ducha

y mi cadera

entre el sonido de WhatsApp 

y mis ovarios

entre las sábanas cayendo sobre la cama

y mi vulva

entre el cierre de la puerta principal

y mis piernas

entre la vibración del refrigerador

y mis rodillas

entre el sonido de la lavadora

y mis tobillos

entre el silencio de la noche

y mis pies.

Suena todo, y digo “todo”

porque dentro de mis oídos

“todo” es una traducción.

.

.

ME OLIERON LOS PERROS

A P y C:

él y el otro él, nosotrxs.

En la mesa quedaron algunas cáscaras 

de limón dulce. 

¿Y la noche? 

pálida entre las cortinas.

Él dijo, les leo un ensayo sobre las moscas.

Aceptamos.

En los dedos de él, del otro él,

una cáscara enredada sobre las uñas.

El ensayo le salió de la boca, de las manos,

del hoyuelo entre las clavículas, 

y el otro, en su acto de escucha,

de testigo con dedos de piel de limón,

le sonreía con ganas

con sonrisa de muchos dientes,

como diciendo: te advierto una vida.

Mientras nos leía,

pasión tejida entre las cejas,

me levanté y caminé por la sala

que al tiempo era el comedor,

la habitación de los perros, 

la antesala de las habitaciones.

Y escuché el ensayo sobre las moscas.

Él y el otro él se conocían de hacía tiempo:

dos circuitos potentes de cables heridos

se conectaron para iluminar 

una casa de preguntas.

Se conocieron así, 

y en el camino me invitaron 

a su festín de frutas frías y cerveza.

Caminé, entonces, por la sala.

Me acomodé de cuclillas 

para ver de cerca las patas de la mesa,

y se acercaron dos perros,

los dos perros sin nombre del otro él.

Se acercaron, y me olieron.

Me olieron los perros.

Llevaba un vestido de leopardo,

mis muslos,

que se han resistido a las caricias largas

por miedo a la hipotermia,

estaban semidescubiertos,

las piernas entreabiertas,

y de dentro, de muy dentro,

venía el olor que acercó a los perros.

Un olor a fruta pudriéndose,

a clavo y madera, a gerbera amarilla

y agua salada.

Me olieron los perros,

pero a ellos no les significó nada,

quizá reconocieron un olor familiar,

un olor a cotidiano, a lo que sólo pasa,

lo que no se juzga ni legaliza ni oculta.

Me olieron y se fueron a dormir.

Su voz, la de él, hablaba de las moscas

de una utopía urgente

y el otro él sonreía.

Yo los miraba a distancia, 

recorriendo sus voces y la casa,

reconociendo los muebles.

El ensayo acabó,

¿cómo se dice preferido sin decir favorito?

Eso fue la noche: una luna de sangre

suspendida entre las cortinas.

Además,

era uno de esos días

de los que ya he hablado tanto.

A diferencia, me sentí libre;

qué libre es lo normal 

cuando se está en manada.

Giovanna Enríquez es artista visual e historiadora de arte con práctica literaria y fotográfica. Su trabajo consta de hibridaciones palabra·imagen, fotografía, audiovisual, poesía, cuento, imagen apropiada y acompañamientos curatoriales. Es egresada de la licenciatura en Historia del arte en el Centro de Cultura Casa Lamm, del Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de escritores de la SOGEM y del Diplomado en Fotografía en la Academia de Artes Visuales. Ha publicado imágenes, fotografías,, cuentos, poemas, audiovisuales, crónicas y notas de periodismo cultural en medios electrónicos e impresos; y participado en exposiciones colectivas virtuales y presenciales en México, Chile y España, así como en intercambios fotográficos y culturales con la School of Visual Arts de Nueva York y la Neue Schüle fur fotografie de Berlín. Giovanna Enríquez, Los temblores que ya no sentimos desde aquel festín de frutas frías y cerveza.