PIGMALIÓN
¿Tanto fue el deseo que la piedra tornose carne?
¿Tanta la plegaria y el resbalar de los dedos sobre el mármol?
Empero,
¿Qué dijo la nueva mujer al contemplar que su creador sería su amante?
¿Sólo los sentimientos de él importaban?
¿Los de los dioses que le habían otorgado el anhelo?
¿Cuál fue su nombre?
¿Cuál su historia cuando era un bloque,
cuando el escultor todavía no contemplaba su cuerpo?
¿Acaso ella sabía amar cuando él la acariciaba y ella inmóvil
desconocía lo que esas manos realmente buscaban?
¿Era consciente de lo que sucedía o aún no tenía consciencia del todo?
Mira que tanta historia se ha dignado en darnos una anécdota
para susurrarnos que el amor todo lo puede.
Sin embargo,
siempre es uno el que ama
y los dioses o el otro los que acceden.
.
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ARIADNA
Él debe regresar a casa.
Una rutina más imperiosa
que las horas juntos.
Conoceré a otros.
Tampoco el amor será suficiente.
Incluso ellos dejarán de lado el instante
donde el calor de una mujer les ha vestido la mirada.
Sin embargo, las mismas preguntas:
¿Cuánto durará?
¿Me atreveré a pedir lo que hace falta?
Si no soy yo, ¿quién entonces?
Como un telón la herida se abre:
Yo en medio del escenario,
ellos los directores temporales
de una tragicomedia que nos arrebata gemidos.
Ellos, el placer. Yo, el dolor.
¿El amor nunca es suficiente?
Mi rostro humedecido entre mis manos
asiente ante mis dudas.
.
.
LÁZAROS
A veces,
la mayoría de los fines de semana,
no tengo hambre.
El cuerpo sobre las sábanas,
esperando a que lo resuciten.
“Levántate y anda,”
implora el Cristo de mis nueve años.
A esa edad también ansiaba morir.
¿Para qué necesitaba Lázaro su vida?
¿Sólo la recuperaba para que Jesús fuera conocido?
¿O para arrepentirse y encaminar hacia Dios sus pasos?
No era del todo suya,
tenía la obligación de existir,
proclamar la gracia del Señor con su insalubre cuerpo.
Mira que mi inocencia no es lo que era.
No puedo creer en cuentos de hadas.
Caigo en un sopor.
Duermo diez horas.
A las cinco de la mañana la alarma suena.
Tengo que comenzar de nuevo.