Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz, México, 1923 – 2013). Poeta y ensayista. Licenciado en Derecho por la Escuela Nacional de Jurisprudencia, obtuvo la maestría y el doctorado en Letras Clásicas en la UNAM. Fue jefe de redacción de la Dirección General de Información; jefe de Servicio Técnico Editorial; profesor y coordinador de los Colegios de Letras en la FFyL; fundador de la cátedra Seminario de Traducción Latina; miembro de la comisión que reformó los planes de estudio del Colegio de Letras Clásicas; director de la Dirección General de Publicaciones; investigador en el Instituto de Historia; coordinador de Humanidades, creador de los centros de Lingüística Hispánica de Traductores de Lenguas Clásicas y de Estudios Mayas; presidente de la comisión editorial; fundador y director del IIFL; director de la colección Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana; director del Seminario de Estudios para la Descolonización de México; miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM; miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua de 1963 a 1996 cuando renunció a ella; miembro de El Colegio Nacional (1972) y presidente de la Sociedad Alfonsina desde 1986 hasta 2000. Ingresó a la Academia Latinitati Inter Omnes Gentes Fovendae de Roma, en 1984. En 1991, la Coordinación de Humanidades de la UNAM creó en su honor la colección de libros de poesía El Ala del Tigre. Traductor de Lucrecio, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Propercio, Lucano, César, Homero, Píndaro y Eurípides. Becario del MCWC, 1951; de la Fundación Guggenheim, 1984. Miembro del SNI como Investigador Emérito hasta 1993, desde ese año miembro del SNCA, como Creador Emérito. Premio Nacional de Letras 1974. Orden del Mérito de la República Italiana, en grado de Comendador, 1977. Maestro honoris causa 1980 por la UAEM. Diploma de Honor 1981 en el XXXII Certamen Capitolino de Roma (el primero otorgado a un escritor de lengua española). Premio Latinoamericano de Letras Rafael Heliodoro Valle 1980. Doctor honoris causa 1984 por la Universidad de Colima y en 1985 por la UNAM. Premio Internacional Alfonso Reyes 1984. Premio Jorge Cuesta 1985. Doctor honoris causa 1992 por la UV. Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2000. Premio Francisco Javier Clavijero 2004. Medalla Rosario Castellanos 2005. Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2007 por su trayectoria. Medalla de Oro de Bellas Artes 2008. Premio al Mérito Cultural “Carlos Monsiváis” 2012, otorgado por el GDF.

Rubén Bonifaz Nuño: Aquí debería estar tu nombre.

PARA LOS QUE LLEGAN A LAS FIESTAS…

Para los que llegan a las fiestas

ávidos de tiernas compañías,

y encuentran parejas impenetrables

y hermosas muchachas solas que dan miedo

—pues uno no sabe bailar, y es triste—;

los que se arrinconan con un vaso

de aguardiente oscuro y melancólico,

y odian hasta el fondo su miseria,

la envidia que sienten, los deseos;

para los que saben con amargura

que de la mujer que quieren les queda

nada más que un clavo fijo en la espalda

y algo tenue y acre, como el aroma

que guarda el revés de un guante olvidado;

para los que fueron invitados

una vez; aquellos que se pusieron

el menos gastado de sus dos trajes

y fueron puntuales; y en una puerta,

ya mucho después de entrados todos,

supieron que no se cumpliría

la cita, y volvieron despreciándose;

para los que miran desde afuera,

de noche, las casas iluminadas,

y a veces quisieran estar adentro:

compartir con alguien mesa y cobijas

o vivir con hijos dichosos;

y luego comprenden que es necesario

hacer otras cosas, y que vale

mucho más sufrir que ser vencido;

para los que quieren mover el mundo

con su corazón solitario,

los que por las calles se fatigan

caminando, claros de pensamientos;

para los que pisan sus fracasos y siguen;

para los que sufren a conciencia

porque no serán consolados,

los que no tendrán, los que pueden escucharme;

para los que están armados, escribo.

.

.

NADIE SALE…

Nadie sale. Parece

que cuando llueve en México, lo único

posible es encerrarse

desajustadamente en guerra mínima,

a pensar los ochenta minutos de la hora

en que es hora de lágrimas.

En que es el tiempo de ponerse,

encenizado de colillas fúnebres,

a velar con cerillos

algún recuerdo ya cadáver;

tiempo de aclimatarse al ejercicio

de perder las mañanas

por no saber qué hacerse por las tardes.

Y tampoco es el caso de olvidarse

de que la vida está, de que los perros

como gente se anublan en las calles,

y cornudos cabestros

llevan a su merced tan buenos toros.

No es cosa de olvidarse

de la muela incendiada, o del diamante

engarzado al talón por el camino,

o del aburrimiento.

A la verdad, parece.

Pero sin olvidar, pero acordándose,

pero con lluvia y todo, tan humanas

son las cosas de afuera, tan de filo,

que quisiera que alguna me llamara

sólo por darme el regocijo

de contestar que estoy aquí,

o gritar el quién vive

nada más por ver si me responden.

Pienso: si tú me contestaras:

Si pudiera hablar en calma con mi viuda.

Si algo valiera lo que estoy pensando.

Llueve en México; llueve

como para salir a enchubascarse

y a descubrir, como un borracho auténtico,

el secreto más íntimo y humilde

de la fraternidad; poder decirte

hermano mío si te encuentro.

Porque tú eres mi hermano. Yo te quiero.

Acaso sea punto de lenguaje;

de ponerse de acuerdo con el tipo

de cambio de las voces,

y en la señal para soltar la marcha.

Y repetir ardiendo hasta el descanso

que no es para llorar, que no es decente.

Y porque a la verdad, no es para tanto.

.

.

AMIGA A LA QUE AMO

Amiga a la que amo: no envejezcas.

Que se detenga el tiempo sin tocarte;

que no te quite el manto

de la perfecta juventud. Inmóvil

junto a tu cuerpo de muchacha dulce

quede, al hallarte, el tiempo.

Si tu hermosura ha sido

la llave del amor, si tu hermosura

con el amor me ha dado

la certidumbre de la dicha,

la compañía sin dolor, el vuelo,

guárdate hermosa, joven siempre.

No quiero ni pensar lo que tendría

de soledad mi corazón necesitado,

si la vejez dañina, prejuiciosa

cargara en ti la mano,

y mordiera tu piel, desvencijara

tus dientes, y la música

que mueves, al moverte, deshiciera.

Guárdame siempre en la delicia

de tus dientes parejos, de tus ojos,

de tus olores buenos,

de tus brazos que me enseñas

cuando a solas conmigo te has quedado

desnuda toda, en sombras,

sin más luz que la tuya,

porque tu cuerpo alumbra cuando amas,

más tierna tú que las pequeñas flores

con que te adorno a veces.

Guárdame en la alegría de mirarte

ir y venir en ritmo, caminando

y, al caminar, meciéndote

como si regresaras de la llave del agua

llevando un cántaro en el hombro.

Y cuando me haga viejo,

y engorde y quede calvo, no te apiades

de mis ojos hinchados, de mis dientes

postizos, de las canas que me salgan

por la nariz. Aléjame,

no te apiades, destiérrame, te pido;

hermosa entonces, joven como ahora,

no me ames: recuérdame

tal como fui al cantarte, cuando era

yo tu voz y tu escudo,

y estabas sola, y te sirvió mi mano.

.

.

CADA DÍA LEVANTO…

Cada día levanto,

entre mi corazón y el sufrimiento

que tú sabes hacer, una delgada

pared, un muro simple.

Con trabajo solícito,

con material de paz, con silenciosos

bienamados instantes, alzo un muro

que rompes cada día.

No estás para saberlo. Cuando a solas

camino, cuando nadie

puede mirarme, pienso en ti; y entonces

algo me das, sin tú saberlo, tuyo.

Y el amor me acongoja,

me lleva de tu mano a ser de nuevo

el discípulo fiel de la amargura,

cuando desesperadamente trato

de estar alegre.

Porque soy un hombre aguanto sin quejarme

que la vida me pese;

porque soy hombre, puedo. He conseguido

que ni tú misma sepas

que estoy quebrado en dos, que disimulo;

que no soy yo quien habla con las gentes,

que mis dientes se ríen por su cuenta

mientras estoy, aquí detrás, llorando.

Yo sé que inútilmente

me defiendo de ti; que sin trabajo

me tomas por la fuerza, o me sobornas

con tu sola presencia. Estoy vencido.

Ni siquiera podrías evitarlo.

Hasta en mi contra, estoy de parte tuya:

soy tu aliado mejor cuando me hieres.

.

.

ALGO SE ME HA QUEBRADO ESTA MAÑANA…

Algo se me ha quebrado esta mañana

de andar, de cara en cara, preguntando

por el que vive dentro.

Y habla y se queja y se me tuerce

hasta la lengua del zapato,

por tener que aguantar como los hombres

tanta pobreza, tanto oscuro

camino a la vejez; tantos remiendos,

nunca invisibles, en la piel del alma.

Yo no entiendo; yo quiero solamente,

y trabajo en mi oficio.

Yo pienso: hay que vivir; dificultosa

y todo, nuestra vida es nuestra.

Pero cuánta furia melancólica

hay en algunos días. Qué cansancio.

Cómo, entonces,

pensar en platos venturosos,

en cucharas calmadas, en ratones

de lujosísimos departamentos,

si entonces recordamos que los platos

aúllan de nostalgia, boquiabiertos,

y despiertan secas las cucharas,

y desfallecen de hambre los ratones

en humildes cocinas. 

Y conste que no hablo

en símbolos; hablo llanamente

de meras cosas del espíritu.

Qué insufribles, a veces, las virtudes

de la buena memoria; yo me acuerdo

hasta dormido, y aunque jure y grite

que no quiero acordarme.

De andar buscando llego.

Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.

Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo

y pienso en esta vida que no es bella

ni mucho menos, como dicen

los que viven dichosos. Yo no entiendo.

Escribo amargo y fácil,

y en el día resollante y monótono

de no tener cabeza sobre el traje,

ni traje que no apriete,

ni mujer en que caerse muerto.

.

.

AUNQUE BIEN SÉ QUE NO ME EXTRAÑAS

Aunque bien sé que no me extrañas,

aunque tengo la razón, me acuerdo:

el cáncer terminó; te ausentas

por todo lo mal que supe amarte.

Ya fui desventurado cuando

estuviste aquí, y en el momento

donde te vas, me desventuro.

La sola ventaja de estar ciego

es acaso no poder mirarte.

Ya morir sin arrepentimiento

es mi esperanza, y te lo digo

porque al fin te conozco;

que si he pedido muchas cosas,

pude pagar con sobreprecio

las pocas que me fueron dadas.

Mientras más mal te portas, mucho

más te voy queriendo, y porque espero

menos, me injurio y te acrecientas.

Así tuvo que ser: de tanto

que te procuré, me aborreciste;

tan sólo pesares te he dejado.

Raspaduras de celos, dudas

que no opacaron la certeza

de cuanto en ti me desolaba.

Tú, como si nada, te diviertes;

pero entristécete:

si todos sabrán que estoy quemado,

ninguno sabrá que por tus llamas.

Vete como de veras; pierde

el número atroz de este teléfono,

la dirección que no aprendiste,

aquel corazón tan despistado.

Igual sigue siendo todo; nadie

hay como tú, por mi fortuna;

pero a nadie como tú he llegado.

En el agua escrito y en el viento

quedó el amor perpetuo. Sombras.

Y me quemo, y de mejor violencia

—ay, mamá— te alumbro al apagarme.

Ya te conozco, ya obligado

soy a bien quererte y despreciarme.

Pero no, porque me da vergüenza;

pero sí, porque me estoy muriendo

sin voluntad ni penitencia.

Y por todo: porque no quisiste

permanecer, porque me olvidas,

porque me voy tristeando, gracias

te doy. Y por andar de noche.

.

.

QUÉ FÁCIL SERÍA

Qué fácil sería

para esta mosca, 

con cinco centímetros de vuelo 

razonable, hallar la salida.

Pude percibirla hace tiempo, 

cuando me distrajo el zumbido 

de su vuelo torpe. 

Desde aquel momento la miro, 

y no hace otra cosa que achatarse 

los ojos, con todo su peso, 

contra el vidrio duro que no comprende. 

En vano le abrí la ventana 

y traté de guiarla con la mano: 

no lo sabe, sigue combatiendo 

contra el aire inmóvil, intraspasable.

Casi con placer, he sentido 

que me voy muriendo; que mis asuntos

no marchan muy bien, pero marchan; 

y que al fin y al cabo han de olvidarse.

Pero luego quise salir de todo, 

salirme de todo, ver, conocerme, 

y nada he podido; y he puesto 

la frente en el vidrio de mi ventana.

.

.

CENTÍMETRO A CENTÍMETRO

Piel, cabello, ternura, olor,

palabras…

Mi amor te va tocando.

Voy descubriendo a diario,

convenciéndome

de que estás junto a mí,

de que es posible y cierto;

que no eres, ya,

la felicidad imaginada,

sino la dicha permanente,

hallada, concretísima;

el abierto aire total en que me pierdo y gano.

Y después, qué delicia

la de ponerme lejos nuevamente.

Mirarte como antes

y llamarte de «usted»,

para que sientas

que no es verdad que te haya conseguido;

que sigues siendo tú, la inalcanzada;

que hay muchas cosas tuyas

que no puedo tener.

Qué delicia delgada,

incomprensible,

la de verte lejos

y soportar los golpes de alegría

que de mi corazón ascienden

al acercarse a ti por vez primera;

siempre por primera, a cada instante.

Y al mismo tiempo, así, juego

a perderte

y a descubrirte, y sé que te descubro

siempre mejor de lo que te he perdido.

Es como si dijeras:

«Cuenta hasta diez, y búscame»,

y a oscuras

yo empezara a buscarte,

y torpemente

te preguntara:

¿Estás allí?

y salieras

riendo del escondite, tú misma, sí, en el fondo;

pero envuelta en una luz distinta,

en un aroma nuevo, 

con un vestido diferente.

.

.

25

Por si no lo he dicho lo digo ahora.

Tengo una certeza: la de la muerte

que llega vaciándonos con furia;

y tengo un recuerdo: el de la escondida

muerte; y una indócil esperanza:

la de revivir en la carne.

Porque amo mis huesos y mis nervios;

mis brazos que cierran, mi boca

que deja salir; la mansedumbre

sepultada y tibia de mis entrañas,

y el sabor ilustre de las cosas

que viven, y el aire que lo lleva.

Y sudo al pensar que he de morirme

para siempre, y sueño ser yo mismo

otra vez: juntarme, escogerme

yo mismo entre todo,

y recuperarme y entregarme.

.

.

29

Me asomé otra vez a la ventana

a ver si tocabas en mi puerta.

No era nadie. Todos los vecinos

saben que te estoy esperando.

Me divierten cosas que me cansan:

oír el silbato del cartero

que se acerca, espiarlo, contar las cartas

que reciben todos los que conozco,

y saber que nadie en este día

se acordó de mí para escribirme.

O llegar después del trabajo,

cuando tengo ganas de no estar solo,

y hacer la pregunta diaria:

«¿Me llegaron cartas?»

Y sé que nunca

habrá de escribirme nadie,

porque tú no sabes en donde vivo.

También pienso a veces que estás de viaje,

que regresarás cualquier día.

Pero no estaré cuando vuelvas.

A mí me ha tocado no estar contigo;

no tengo miradas para encontrarte

ni hay cosa en que pueda reconocerte.

.

.

*

Te lo habrán dicho ya; que nadie muere

de ausencia, que se olvida, que un lamento

se repara con otro, y es el viento

o la raya en el agua que se hiere.

Y esta sed miserable que no quiere

perderte, acabará; y el pensamiento

por tanto tiempo tuyo en un momento;

aunque hoy se aferre y grite y desespere.

Si todo se ha de ir, ¿por qué llegaste?

¿Por qué, sino me quieres, me has querido?

¿Me has curado tan sólo para herirme?

Así fue; te tuviste y me dejaste;

nada me quedará: te he recibido

no más que para verte y despedirme.

Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz, México, 1923 – 2013). Poeta y ensayista. Licenciado en Derecho por la Escuela Nacional de Jurisprudencia, obtuvo la maestría y el doctorado en Letras Clásicas en la UNAM. Fue jefe de redacción de la Dirección General de Información; jefe de Servicio Técnico Editorial; profesor y coordinador de los Colegios de Letras en la FFyL; fundador de la cátedra Seminario de Traducción Latina; miembro de la comisión que reformó los planes de estudio del Colegio de Letras Clásicas; director de la Dirección General de Publicaciones; investigador en el Instituto de Historia; coordinador de Humanidades, creador de los centros de Lingüística Hispánica de Traductores de Lenguas Clásicas y de Estudios Mayas; presidente de la comisión editorial; fundador y director del IIFL; director de la colección Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana; director del Seminario de Estudios para la Descolonización de México; miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM; miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua de 1963 a 1996 cuando renunció a ella; miembro de El Colegio Nacional (1972) y presidente de la Sociedad Alfonsina desde 1986 hasta 2000. Ingresó a la Academia Latinitati Inter Omnes Gentes Fovendae de Roma, en 1984. En 1991, la Coordinación de Humanidades de la UNAM creó en su honor la colección de libros de poesía El Ala del Tigre. Traductor de Lucrecio, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Propercio, Lucano, César, Homero, Píndaro y Eurípides. Becario del MCWC, 1951; de la Fundación Guggenheim, 1984. Miembro del SNI como Investigador Emérito hasta 1993, desde ese año miembro del SNCA, como Creador Emérito. Premio Nacional de Letras 1974. Orden del Mérito de la República Italiana, en grado de Comendador, 1977. Maestro honoris causa 1980 por la UAEM. Diploma de Honor 1981 en el XXXII Certamen Capitolino de Roma (el primero otorgado a un escritor de lengua española). Premio Latinoamericano de Letras Rafael Heliodoro Valle 1980. Doctor honoris causa 1984 por la Universidad de Colima y en 1985 por la UNAM. Premio Internacional Alfonso Reyes 1984. Premio Jorge Cuesta 1985. Doctor honoris causa 1992 por la UV. Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2000. Premio Francisco Javier Clavijero 2004. Medalla Rosario Castellanos 2005. Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2007 por su trayectoria. Medalla de Oro de Bellas Artes 2008. Premio al Mérito Cultural “Carlos Monsiváis” 2012, otorgado por el GDF. Rubén Bonifaz Nuño: Aquí debería estar tu nombre.