EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS
Agoniza un abeto arrancado de cuajo
con disfraz de globos rojos y galletas de plástico.
Resplandece la casa atiborrada de luces de colores
que ahogan la paz de la estrella entre lo oscuro.
Sin techo, sin suelo, sin centro,
hiela el frío por los rincones.
Un perro tocado de fieltro con cuernos de reno,
un gato sacude la cabeza con gorro rojiblanco,
el pordiosero de ayer se viste maloliente de Santa,
un villancico se escucha a través de un celular.
Una vieja se emborracha.
Sola,
tantas veces sola.
Sola dio a luz a sus hijos.
Sola los educó.
Sola les entregó todo lo que tenía.
Sola se quedó para que otros vivan.
Sola se murió.
La Soledad es la ingratitud
de los que te maman.
Los ojos diamantinos
como carbunclos en la noche.
Tú no los ves y ellos te miran.
Ausentes, presentes.
La soledad es la vergüenza
que se esconde para no verte,
la culpa de los hijos que toma cuerpo
y se deshace en nada…
como los días y los segundos.
Tantas veces armaste belenes y pesebres
y ahora ni hay oídos que escuchen
ni apenas tiempo para decirlo:
¡Feliz Navidad!
.
.
FASCINACIÓN MARINA
Olas estallando espumas contra acantilados,
detonando estruendosas dentro de las cuevas
excavadas en la roca con ancestral paciencia.
Cual rítmicas crestas de una marea de fondo,
avanzan sin tregua, tenaces, en arrebato,
para estrellarse como pasiones ciegas,
ante lindes, tributos u obstáculos.
Azul marino intenso, vinoso ponto,
temido por ignoto, indomable, profundo.
Verde esmeralda, turquesa, jade,
cristal centelleante que flexible transluce
peces, tortugas y jardines de coral
en sosiego transparente y purificador.
Piélago enrojecido de atardeceres fogosos.
Camino de luz, luna espejándose en la tiniebla.
Negra noche que te ingiere sin horizonte
mientras desprendes chispas diminutas
encendiendo luminiscencia al nadar.
Fluir que te abraza protegiéndote cariñoso,
lento acaricia cada faceta de tu piel
y dócil te peina con sus líquidos dedos.
Agua revuelta por los tifones en superficie,
tranquila por dentro, pero con corrientes,
pasadizos deslizantes que conducen
a sus santuarios a los grandes animales,
útero primordial vomitando anfibios a tierra.
Mar que amenaza con ahogarte y pide respeto,
mar que da vida y puede arrebatarte hacia la muerte,
mar que acerca y aleja, mar de olvido y de naufragio
donde intuyes las botellas con sus mensajes flotar.
Mar que extenuado lo abandonan las ballenas
varándose insólitas en cualquier costa,
antes de que el depredador más voraz
lo asesine a fuerza de pesca, turismo y basura.
Mar caliente rebosando plagas de sargazos o medusas,
mar atestado de plásticos, ponzoñas y residuos.
mar gélido donde los osos albos vagan sin rumbo,
acorralados en los témpanos, esperando la muerte llegar.
-¿Cómo hemos sido capaces de hacerte esto?-,
inconsolable me pregunto, mientras ruego
que me dejen al menos una playa virgen
para que pueda perecer mirando el mar.
.
.
LAMENTO DE EXTRANJERÍA
A menudo me parece
que vivir sin fronteras
no es, aunque quisiera,
sentir mi casa en todas partes.
Vagando de un lado a otro,
con creciente sorpresa descubrí
que la gente discrimina como sea
y siempre me perciben extranjera.
Lo mismo da adoptar con deferencia
lo mejor de las costumbres ajenas
y hasta el habla del sitio al que se llega.
No importa si ayudas a la comunidad,
te expresas empático en varias lenguas,
ni siquiera si exhibes más de una procedencia.
Tristemente sucede por donde vaya:
tanto en la tierra en que nací,
como en el país que a la sazón habite
o transcurrió la mayoría de mi existencia
educando a extraños o a mi descendencia.
No es problema de lugar o adaptación,
sino un modo de abolir el derecho a opinar,
una estrategia artera que permite justificar
la carencia de la propia responsabilidad
atribuyendo la culpa a los de fuera.
De un plumazo se elimina la competencia
y, bajo el pretexto de ser forastera,
desacreditado el mérito, se oculta la excelencia.
El término varía con el sitio donde me encuentre,
y, aunque posea un tono despectivo siempre,
certera denota la xenófoba diferencia.
Gringa, güera, gallega, goda, sudaca,
charnega, chola, kurepa, rota, polaca.
Para definirme con mayor precisión,
prefiero evitar el exabrupto patriótico,
que detalla a quien margina, al neurótico,
convertido en centro y punto de referencia.
Incapaz de negar cualquiera de mis raíces,
no se debería prescindir de mis pertenencias.
Así no se me adjudicaría ningún fanatismo
ni siquiera el del clásico cosmopolitismo.
Única, polifacética, flexible, múltiple, transigente,
ecuánime, tolerante, respetuosa, condescendiente.
La extranjería expone la herida que somos,
esa singularidad que choca ante lo colectivo
y se vuelve signo aristocrático de distinción.
Es asumir el riesgo de andar por la banquina,
la libertad de estar fuera de juego en el arcén,
la empresa imposible de coincidir consigo,
ese hacerse otro a cada instante sin querer.
Ajeno se siente el que no se reconoce
ni en sus promesas ni en sus decires,
quien se atiborra de futuro huyendo del ayer
o quiere seguir siendo siempre el mismo,
desmintiendo su pasado en cada realización.
La extranjería entraña peligro
porque encubre disidencia,
pero foráneos somos todos.