Mi bisabuelo tocaba la guitarra.
En sus ratos de ocio
ponía a bailar la luz entre sus dedos
acostumbrados a las tijeras de la sastrería.
Mi bisabuelo tenía las manos hábiles
y el corazón como un panal lleno de hijos.
Murió de influenza española
y dejó sus afanes blanqueándose
en el tendedero del jardín.
Siete huérfanos zurcieron su llanto
con siete puntos de cruz.
Siete platos a medias,
siete jarros de abismo,
siete notas musicales,
siete días de la semana.
Catorce manos vacías,
catorce piernas corriendo hacia un futuro remendado,
catorce pies afianzándose al suelo.
Hasta siete veces siete repitiéndose cada domingo
en siete biblias mudas que no sabían perdonar a la muerte.
Cuarentainueve puertas —dice la cábala—
para volver a Dios.
Cuarentainueve años que nunca cumplió
el hombre que soñaba entre casimires y entretelas:
mi bisabuelo que murió de la gripe española.
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Dentro de mí
acres de campos yermos,
golpes de sol contra las pocas nubes
que formo con palabras.
Afuera esa sed de la vida
que no se sacia ni con toda mi sangre.
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Odio las noticias que llegan
con su oleaje de inmundicia y fetidez.
Detesto el sobresalto derramándose
del pecho hasta las piernas.
Pero he de confesar: hay veces que las busco
como queriendo ajustar los cilicios.
Hay días que provoco la explosión de su rabia
para después correr a toda prisa
con los pies esquirlados
y la nariz sangrando.
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Dentro la primavera,
ritmo de lumbre que adorna la transparencia de la tarde,
el vaho de las flores en mi nuca,
el tragaluz gritando.
Afuera algunas aves detonan su música en el viento,
el crepitar de las ramas se empoza en el sopor
de los días más tórridos,
zumban los girasoles contra el azul inmenso de tu ausencia.
Adentro ya mi voz se hace un suspiro,
un llanto que fisura la garganta
mientras afuera el corazón es un panal
colmado de aguijones.
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*****
¿Cuántos dioses
escucharán a diario
cuánta angustia?
¿Cuántas voces
y lloros
detonan como campanas incesantes
en sus tímpanos?
¿Cuántos dioses
a lo largo de cuánto tiempo
invocados sin tregua,
suplicada su misericordia?
¿Estarán aturdidos?
Cinco poemas de “Todo lo que imagino es derrumbe”.