HOMBRE PEQUEÑITO
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
Bien pudiera ser
que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer…
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna… Ah, bien pudiera ser…
A veces a mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo eso mordiente, vencido, mutilado.
Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
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DOLOR
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar…
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
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HUMILDAD
Yo he sido aquella que paseó orgullosa
el oro falso de unas cuantas rimas
sobre su espalda, y se creyó gloriosa,
de cosechas opimas.
Ten paciencia, mujer que eres oscura:
Algún día, la Forma Destructora
que todo lo devora,
borrará mi figura.
Se bajará a mis libros, ya amarillos,
y alzándola en sus dedos, los carrillos
ligeramente inflados, con un modo
de gran señor a quien lo aburre todo,
de un cansado soplido
me aventará al olvido.
Peso ancestral
tú me dijiste: no lloró mi padre;
tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
no han llorado los hombres de mi raza,
eran de acero.
Así diciendo te brotó una lágrima
y me cayó en la boca… más veneno:
yo no he bebido nunca en otro vaso
así pequeño.
Débil mujer, pobre mujer que entiende,
dolor de siglos conocí al beberlo:
Oh, el alma mía soportar no puede
todo su peso.