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Cuando un muchacho de catorce ó quince años descubre que es más dado a la introspección y a la consciencia de sí mismo que la mayoría de los chicos de su misma edad, incurre fácilmente en el error de creer que ello se debe a que ha alcanzado una madurez superior a la de sus compañeros. Ciertamente cometí ese error. En realidad, aquella tendencia a la introspección se debía, en mi caso, a que yo tenía mayor necesidad que los demás de comprenderme a mí mismo. Ellos podían comportarse de acuerdo con su natural manera de ser, en tanto que yo debía interpretar un papel, lo cual exigía notable comprensión y estudio de mí mismo. En consecuencia, no se debía a la madurez, sino a mi sensación de incertidumbre, de incomodidad, que era la que me obligaba a tener pleno conocimiento de mí. Esa conciencia era un puente que me llevaba a la aberración, y, entonces mi manera de pensar tenía que limitarse a la incertidumbre, a la formulación de hipótesis.
Fragmento del libro
“Confesiones de una máscara”.