AGUANTA UN POCO MÁS
Dicen
los filósofos existencialistas
que gracias a un profundo cansancio
no llegamos a caer
en un sentimentalismo fatal.
Pero déjame decirte como poeta
—que busca la publicación perfecta—
una cosa, y sólo una:
nadie debería salirse de quien es.
Hay tanta fealdad
fuera de la lluvia.
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ME NIEGO A DARME POR VENCIDO
Y A LLAMAR POESÍA A LA OSCURIDAD
La realidad
es un sueño que tenemos despiertos
y que raramente tiene cambios
inesperados o incongruentes
porque está sujeto al marco del tiempo.
Excepto la mañana en que rompimos.
¿Cómo puedo recuperar
el hecho de que por más que yo me oculte
en la más profunda de las sombras
la luz siempre me encuentra,
pues ella me espera allí?
Yo te juro que me niego a darme por vencido
y a llamar poesía a la oscuridad.
Pero ya no me miras, ya no estás,
sino como un tenue recuerdo,
en este rincón del frío.
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MIRAR HACIA ATRÁS
Mi fortuna se ha igualado
al poder de los dioses del cielo:
sólo necesito algo para escribir,
y mis sueños,
que ahora están todos
—como cabía esperar—
en el pasado; y sin furia,
miro hacia atrás,
y sé, que tú, estás allí,
entre lo sagrado y lo vivo,
con lágrimas de risa,
casi besándome,
por primera vez, bajo la lluvia.
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LA DELICADEZA
Mi madre dio a luz
a mi hermano mayor con 15 años.
Le dediqué un poema, el mejor poema
de mi primer libro,
donde yo buscaba la esencia de las cosas,
más allá de glorias o fortunas.
Ahora que soy padre
y asistí al parto de mi hijo
y vi a mi mujer más hermosa que nunca
—como cuando en nuestra primera cita
la tomé de la mano—,
la palabra madre se la dedico a ella,
porque aunque es más joven que yo
es una mujer por derecho,
lo único necesario,
lúcido e importante, en el encierro
de toda esta pandemia.
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EL VENCEDOR
Quisiera ser mujeriego
como mi padre, el muy bastardo,
y vivir, de conquista en conquista,
las cuatrocientas noches
con cuatrocientos cuerpos
que decía Jaime Gil de Biedma.
Pero el amor no me deja.
A la tercera va la vencida.
Y me detengo.
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HERIDO DE VIDA
Dicen los sabios
que, antes de nacer, el arcángel Gabriel
pone su dedo índice
sobre nuestra boca
para que olvidemos toda la sabiduría
que traemos con nosotros desde el cielo.
Así es como las luces entran
y se dan la mano.
No pueden más que parecerme
harto estúpidos
aquellos que piensan
que por ser uno poeta o escritor
nacimos enseñados.
Nada más lejos de la realidad.
Yo no nací escribiendo, sino llorando.
Y con mi primer llanto
ya andaba buscando el conocimiento.