Alí Calderón: El sin ventura Juan de Yuste

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El poeta mexicano Alí Calderón (Ciudad de México, México. 1982) obtiene el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía “Carlos Pellicer” para Obra Publicada 2024, con su más reciente libro titulado “El sin ventura Juan de Yuste”. Este libro, de feroz atrevimiento lírico, narra a través de una serie de poemas, una de las primeras expediciones de conquista de América, haciendo uso de aquel castellano que hablaban los conquistadores. Aquí una breve muestra de este condecorado libro.

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Bernal Díaz con grima y tristeza en el corazón orina en las gradas del gran cu de Tlatelulco y se encomienda a Dios y a su bendita madre nuestra señora

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En aquellos cúes estaban unas vigas

y en ellas cabezas de nuestros soldados

Tenían los cabellos y barbas muy crecidas

                                               Más que cuando vivos

(e yo conocía tres soldados mis compañeros)

y otras cabezas tenían ofrecidas a otros ídolos

y las enterramos en una iglesia que se dice de los mártires

Oímos tañer del cu mayor

un atambor de muy triste sonido

en fin como instrumento de demonios

entonces según después supimos

estaban ofreciendo diez corazones y mucha sangre a los ídolos

Huichilobos y Tezcatepeuca

Harían hartazgo con nuestros cuerpos

Y volvimos a nuestro real heridos

Nos curamos con aceite y apretar

nuestras heridas con mantas

Y comer nuestras tortillas con ají

    y tunas y yerbas

y luego puestos todos en la vela

       y en la vela cenábamos nuestra mala ventura

Tornó a sonar el atambor de Huichilobos

Y estaban aguardando otros indios carniceros

Les cortaban brazos y pies y las caras desollaban

y adobaban como cueros de guantes

y se comían las carnes con chilmole

y les comieron piernas y brazos

no quedara ninguno de nosotros a vida

Nos iban siguiendo con pensamiento

que aquella noche nos habían de llevar a sacrificar

Tañían su maldito atambor y otras trompas

     y atabales

     y caracolas

                  y daban muchos gritos y alaridos

Procuramos que las casas que diésemos con ellas en tierra

Y las deshiciésemos

Porque ponerlas fuego tardaban mucho en se quemar

Mas temo el gran poder destos perros

Ya veis de la manera que estoy

Poco a poco les fuimos entrando

Tenían cada noche mucha leña encendida

Entonces hablaba su Huichilobos

Y quiero decir cómo en aquellos días llovía en las tardes

que nos holgábamos que viniese el aguacero

y es que tañían su maldito atambor

el de más maldito sonido y más triste

y sonaba muy lejos

mirad cuan malos y bellacos sois

que aun vuestras carnes son malas para comer

amargan como las hieles

no las podemos tragar de amargor

Y había visto que les aserraban por los pechos

sacarles el corazón bullendo

y cortarles pies y brazos

y se los comieron a sesenta y dos que dicho tengo

Temía que un día que otro habían de hacer de mí lo mismo

Y decíamos entre nosotros: Gracias a Dios

que no me llevaron hoy a mí a sacrificar

Comed las carnes destos teules

Y vivos los llevaban a sacrificar a sus ídolos

Y primero les hacían bailar delante de Huichilobos

Y toda la laguna y casas y barbacoas

estaban llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos

Todas las casas llenas de indios muertos

Torres de ídolos y casas y otras aberturas de zanjas y puentes llenas de mexicanos muertos

Y las llamaradas en que el cú mayor ardía

Dimos en ellos a placer

Oro y riquezas desta ciudad

                                                  Todo se ha consumido

Por esto temblaba el corazón

Y temía la muerte

De noche y de día no dejábamos de tener gran ruido

tal que no nos oíamos los unos a los otros

Siempre andaba herido

Las casas y calles

derrocadas

Y puentes y albarradas deshechas

Y aberturas de agua

Todo ciego

Era tarde y quería llover

E se iban retrayendo

porque las casas y palacios en que vivían

ya estaban por el suelo

por manera que se hirieron y mataron muchos

Más vale que todos muramos en esta ciudad peleando

que no vernos en poder de quienes nos harían esclavos

y nos atormentarán

y se salían de noche muchos pobres indios que no tenían qué comer

Llovió y tronó y relampagueó aquella noche

Quedamos tan sordos todos los soldados

Como si de antes estuviera uno puesto encima de un campanario

Y tañesen muchas campanas

Y en aquel instante que las tañían

Cesasen de las tañer

Cesaron las voces y el ruido

Y no hay remedio ni enmienda en ello