LIVIANA COMO SU PRESENCIA
Tuve un padre tan pequeño, que cabía en una caja de zapatos.
El hombrecillo se la pasaba enojado dando vueltas,
podía escuchar sus livianos pies por todo el espacio;
decía que tenía muchas cosas por hacer
y que no lo dejaba dormir.
Cuando quería llamar su atención
de «buen modo», cantaba quedo,
con mi voz invisible,
liviana como su presencia.
Él aguardaba tanto silencio,
que parecía sólo una caja vacía.
.
.
LAS GANAS DEL AMOR
Llegué a casa y él estaba recostado en la cama deshecha.
Lo miré con irritación sin hacérselo saber, y dije
(mientras caminaba hacia la cocina a preparar café):
—¿Qué esperas para salir de aquí?
— Quiero colmar mis entrañas de tu silencio;
del que me hago acreedor cuando me miras de reojo,
fingiendo indiferencia,
sé que lo haces.
Te encanta que permanezca aquí. Respondió burlándose.
—Vaya seguridad la tuya, tengo tantas cosas por hacer.
Te quiero, adiós.
Respondí con el mismo gesto, me deslicé hasta él, sonreí
y besé su mejilla.
Esta vez, me dejé llevar por el timbre grave de su voz,
por la insistencia en las palabras resonando,
nuevamente,
al fondo de la habitación.
Debió saberlo.
— ¡Grábate esto!
(mientras le lanzo las sábanas sucias a la cara):
mi aroma,
para cuando quieras volver
a encender
las ganas del amor.
*
Puedes conciliar la amargura de un día horrible
de tedio y trabajo,
calmar a los peces de su desesperado recuerdo
a sal,
temerle menos a las sombras,
pero jamás podrás deshacerte de lo que callas.
¿No has escuchado cómo pide
por nosotros
la luz de los que ya no amanecen?
Debiste soltarme, dejarme ir…
Yo, ya no sigo aquí.
Hace tiempo que decidí ser viento,
ave ligera…
hace mucho que me convertí en sal.