.
*
La literatura era una piedra o un grito. Un guijarro solitario arrojado a un estanque, que provocaba una serie de convulsiones perturbadoras que se expandían en ondas concéntricas cada vez más amplias, más lentas, más serenas y susurrantes, hasta alcanzar la victoria sobre el tiempo y derrotar a la muerte. Así debía ser, al menos para mí. En cambio, yo era poco partidario de esos libros que nos agreden como calamidades o son un hacha que quiebra el mar helado de nuestro interior, para afectarnos como la muerte de un ser querido. Eso no. Tampoco consideraba imprescindible fracasar otra vez ni fracasar mejor. Para qué. Encontraba disuasorio aquello de hallar algo a lo que amar y dejarte matar por ello, que más bien me parece el marketing de alguna funeraria.
Siempre me ha faltado disciplina para el malditismo o la degradación, lo admito.
Pasaje del cuento “Grafía”, incluido en “Plegaria para pirómanos”.