Enid Carrillo (Pachuca). Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Autora de La noche nunca termina (Premio Estatal de Cuento Ricardo Garibay, 2018 .Es una de las ganadoras del Segundo Concurso Nacional de Cuento del proyecto Escritoras Mexicanas (2019). Ha publicado cuento en las antologías Orquesta de Memorias (2021), Lotería (2020) y la Primera Antología de Cuento de Escritores Hidalguenses (2015). Autora del cuento infantil Un regalo de la luna publicado en 2021 por la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo. Sus cuentos han sido traducidos al italiano y lenguas indígenas mexicanas. Su obra se ha publicado en medios impresos y digitales. Directora editorial de Casa Futura Ediciones. Becaria FONCA 2021-2022

Enid Carrillo, El bosque también está cansado, herido.

LAS RAÍCES DE ANAM

Los árboles se han endurecido frente a la llegada del invierno. Hace tres lunas, la luz del solsticio les avisó que debían prepararse para el frío. Así, sus raíces se  encontraron en la oscuridad del suelo para intercambiar alimento y darse la noticia de la transmigración de la tierra. Entre las capas de su piel, las criaturas concentraron esa agua azucarada que les permitirá llegar vivos a la primavera. Si es que no los matan antes.

Entre la negrura del bosque y el humo casi imperceptible de la niebla, se han escuchado unos disparos. El bosque reconoce esos sonidos, pues se han vuelto familiares y se han convertido en la señal inequívoca de que se aproxima la masacre. El bosque ruge y las raíces de los árboles palpitan asustadas en el fondo de la tierra. La naturaleza, en su código sagrado se prepara para la muerte.

Anam está herida y camina con dificultad. La vienen cazando. Unos hombres armados entraron por ella a su casa. Sin decirle nada, le taparon la cabeza con un costal y la llevaron en la caja de una camioneta hasta la entrada del bosque. Allí la bajaron, le descubrieron la cabeza y le dijeron que tenía cinco minutos para correr, arrastrarse o lo que se le diera la gana. Temblorosa de frío y miedo, la mujer  se adentró en la oscuridad de su destino, convencida de que iba a morir.

¿Cómo iba a correr si era una vieja artrítica y acabada? Nada podría salvarla de ésta. Entonces, al presagio de su final, recordó aquel tiempo cuando solía pasar las manos por la corteza  de los árboles, acariciándolos para registrar esa textura dentro de su cuerpo. Así aprendió a identificar cuándo estaban hinchados, felices o enfermos; conectó, de alguna manera, con su lenguaje sagrado y secreto. Los conocía a cada uno, la altura de su cuerpo y la sombra de su copa, las deformidades de sus ramas y su corteza.

Le gustaba imaginar el camino de sus raíces debajo de la tierra y la infinita sabiduría encriptada en sus anillos. Aquellos árboles eran más que plantas para ella, eran criaturas sagradas a las que veneraba con vapores y fuego cada cambio de estación. Era ella la chamana que dirigía la ceremonia de plantación y corte de los árboles cada que la comunidad necesitaba de ellos.

Sabía curar las heridas que los animales, o uno que otro aprovechado, les dejaban al corte de las ramas. Por eso ahora sentía tanta impotencia. Antes había salvado a su bosque de un brote de escarabajos y de un hongo caprichoso que amenazó con enfermarlos. Hizo curas de cal y sal y entonó las palabras sagradas que conectan con la naturaleza femenina y restauradora de la tierra. Por eso una púa hiere dentro de su cuerpo cuando recuerda la mañana en la que, pastoreando a sus animales, descubrió la destrucción.

Vio a su bosque profanado: decenas de árboles caídos rodeados por hombres armados que, con motosierras y machetes los herían y reducían a pedazos de madera. El ciclo vital del bosque se había visto amenazado. Esa misma noche, con las fuerzas de una vieja que nada tiene que perder,  Anam cercó los árboles con sal y les hizo una protección de humo que antes había funcionado con las plagas, pero las fuerzas que ahora enfrentaba, parecían ser más perversas que las de la naturaleza.

Al caminar entre los árboles, luego de otra lluvia de disparos, Anam siente que algo le quema la pierna. El bosque se alborota, las criaturas saben de los hombres que poco a poco han matado a sus hermanos y escuchan sus gritos de odio. Pero entre sus ramajes se enreda también un llanto: es la vieja que huye y va alimentando al bosque con su sangre. El líquido que corre por su pierna se cuela en el suelo poroso que bebe de su cuidadora. Los árboles reconocen ese sabor, es la sangre dulce y tibia de su madre, su guardiana.

Detrás de ella, confundidos por la oscuridad, van los hombres, obedientes de la maldad. Sus voces raspan los oídos de la vieja y hacen un eco  que llega al corazón de los árboles y los ha puesto en alerta: ellos traman un plan.

El bosque también está cansado, herido. Ahora que se metieron con una de los suyos, están furiosos. La sangre de Anam ha despertado en ellos la energía de supervivencia y el enojo que antes solo había servido para mantenerlos de pie entre tanta naturaleza muerta. La mujer se arrastra hacia ellos porque sabe que la escuchan y la esperan.  ¿A dónde más iría? Nunca ha ido a otro lugar, nunca ha querido ir a otra parte. Es una vieja astuta que conoce el bosque mejor que los taladores. Si se queda callada, tal vez pueda esconderse y ganar un poco más de tiempo.

Adolorida, con la sangre resbalando por su pierna, Anam está a punto de rendirse.   Los balazos se escuchan cada vez más cerca. Los árboles sacuden sus ramas de forma que producen un sonido macabro. Consiguen asustar a esos hombres que gritan que sí, que ahora sí te vas a morir vieja pazguata, que sí, que nadie te va a salvar de ésta, que éste es un regalito del patrón…

La vieja intenta seguir, pero el ardor de su pierna se lo impide y cae por completo en el suelo del bosque. El toque de su piel activa el tejido inteligente que es la tierra y las raíces del bosque entero palpitan violentas entre la niebla y hacen que la mujer se pierda de la mirada de los taladores.En el suelo, Anam sabe que pronto morirá y se encaracola para cubrirse de otro disparo. Su piel se enfría, pero pronto, luego de un parpadeo largo en el que siente desfallecer, ella comienza a arrugarse: de su cabeza salen enormes ramas que se extienden y de sus pies, unas raíces fuertes y proteicas se arraigan a la tierra y hacen que la mujer se levante en forma de una nueva criatura. De los pedazos de árbol muerto que permanecen en la tierra resurge la vida, sus raíces brotan como tentáculos de entre el suelo y se abren paso hacia los taladores que, aterrados, corren entre la lobreguez del bosque.

Enid Carrillo (Pachuca). Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Autora de La noche nunca termina (Premio Estatal de Cuento Ricardo Garibay, 2018 .Es una de las ganadoras del Segundo Concurso Nacional de Cuento del proyecto Escritoras Mexicanas (2019). Ha publicado cuento en las antologías Orquesta de Memorias (2021), Lotería (2020) y la Primera Antología de Cuento de Escritores Hidalguenses (2015). Autora del cuento infantil Un regalo de la luna publicado en 2021 por la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo. Sus cuentos han sido traducidos al italiano y lenguas indígenas mexicanas. Su obra se ha publicado en medios impresos y digitales. Directora editorial de Casa Futura Ediciones. Becaria FONCA 2021-2022Enid Carrillo, El bosque también está cansado, herido.