Eugenio Montejo (Caracas, Venezuela, 1938 - 2008). Poeta y ensayista venezolano. Publicó, entre otros, los libros Elegos en 1967, Muerte y memoria en 1972, Algunas palabras en 1977, Terredad en 1978, Trópico absoluto en 1982, Alfabeto del mundo en 1986 y Chamario en 2003. También escribió los ensayos La ventana oblicua en 1974, El taller blanco en 1983 y El cuaderno de Blas Coll en 1981. Fue fundador de la revista Azar Rey y cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Se desempeñó como investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas (CELARG), profesor universitario y gerente literario de la editorial Monte Ávila de Venezuela. También trabajó en la embajada de Venezuela en Portugal en varias ocasiones. Como dato curioso, uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos del director mexicano Alejandro González Iñárritu.

Eugenio Montejo: Al entrar en un cuerpo los viajeros nunca salen.

ALGUNAS PALABRAS

Algunas de nuestras palabras

son fuertes, francas, amarillas,

otras redondas, lisas, de madera…

Detrás de todas queda el Atlántico.

Algunas de nuestras palabras

son barcos cargados de especias;

vienen o van según el viento

y el eco de las paredes.

Otras tienen sombras de plátanos,

vuelos de raudos azulejos.

El año madura en los campos

sus resinas espesas.

Palmeras de lentos jadeos

giran al fondo de lo que hablamos,

sollozos en casas de barro

de nuestras pobres conversas.

Algunas de nuestras palabras

las inventan los ríos, las nubes.

De su tedio se sirve la lluvia

al caer en las tejas.

Así pasa la vida y conversamos

dejando que la lengua vaya y vuelva.

Unas son fuertes, francas, amarillas,

otras redondas, lisas, de madera….

Detrás de todas queda el Atlántico.

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LA CASA

En la mujer, en lo profundo de su cuerpo

se construye la casa,

entre murmullos y silencios.

Hay que acarrear sombras de piedras,

leves andamios,

imitar a las aves.

Especialmente cuando duerme

y en el sueño sonríe

—nivelar hasta el fondo

no despertarla;

seguir el declive de sus formas

los movimientos de sus manos.

Sobre las dunas que cubren su sueño

en convulso paisaje,

hay que elevar altas paredes,

fundar contra la lluvia, contra el viento,

años y años.

Un ademán a veces fija un muro,

de algún susurro nace una ventana,

desmontamos errantes a la puerta

y atamos el caballo.

Al fondo de su cuerpo la casa nos espera

y la mesa servida con las palabras limpias

para vivir, tal vez para morir,

ya no sabemos,

porque al entrar nunca se sale.

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ESCRITURA

Alguna vez escribiré con piedras,

midiendo cada una de mis frases

por su peso, volumen, movimiento.

Estoy cansado de palabras.

No más lápiz: andamios, teodolitos,

la desnudez solar del sentimiento

tatuando en lo profundo de las rocas

su música secreta.

Dibujaré con líneas de guijarros

mi nombre, la historia de mi casa

y la memoria de aquel río

que va pasando siempre y se demora

entre mis venas como sabio arquitecto.

Con piedra viva escribiré mi canto

en arcos, puentes, dólmenes, columnas,

frente a la soledad del horizonte,

como un mapa que se abra ante los ojos

de los viajeros que no regresan nunca.

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NINGÚN AMOR CABE EN UN CUERPO SOLAMENTE

Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,

aunque abarquen sus venas el tamaño del mundo;

siempre un deseo se queda fuera,

otro solloza pero falta.

Lo sabe el mar en su lamento solitario

y la tierra que busca los restos de su estatua;

no basta un solo cuerpo para albergar sus noches,

quedan estrellas fuera de la sangre.

Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,

aunque el alma se aparte y ceda espacio

y el tiempo nos entregue la hora que retiene.

Dos manos no nos bastan para alcanzar la sombra;

dos ojos ven apenas pocas nubes

pero no saben dónde van, de dónde vienen,

qué país musical las une y las dispersa.

Ningún amor, ni el más huidizo, el más fugaz,

nace en un cuerpo que está solo;

ninguno cabe en el tamaño de su muerte.

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LA POESÍA

La poesía cruza la tierra sola,

apoya su voz en el dolor del mundo

y nada pide

ni siquiera palabras.

Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;

tiene la llave de la puerta.

Al entrar siempre se detiene a mirarnos.

Después abre su mano y nos entrega

una flor o un guijarro, algo secreto,

pero tan intenso que el corazón palpita

demasiado veloz. Y despertamos.

Eugenio Montejo (Caracas, Venezuela, 1938 - 2008). Poeta y ensayista venezolano. Publicó, entre otros, los libros Elegos en 1967, Muerte y memoria en 1972, Algunas palabras en 1977, Terredad en 1978, Trópico absoluto en 1982, Alfabeto del mundo en 1986 y Chamario en 2003. También escribió los ensayos La ventana oblicua en 1974, El taller blanco en 1983 y El cuaderno de Blas Coll en 1981. Fue fundador de la revista Azar Rey y cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Se desempeñó como investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas (CELARG), profesor universitario y gerente literario de la editorial Monte Ávila de Venezuela. También trabajó en la embajada de Venezuela en Portugal en varias ocasiones. Como dato curioso, uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos del director mexicano Alejandro González Iñárritu. Eugenio Montejo: Al entrar en un cuerpo los viajeros nunca salen.