Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953-2024). Mereció el Premio de Poesía Aguascalientes en 2002 por Coliseo. La UNAM publicó su Poesía portátil. 1979-2006. Publicó, entre otros libros, ¿Volver a Ítaca?, Naturaleza muerta, La espada de San Jorge, Habitante de los parques públicos, Incubus, Antología desordenada, Coliseo y El poeta regañado por la musa, antología personal.

Héctor Carreto: El niño que volaba, ahora reza por mí.

LA CONQUISTA DEL ESPACIO

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Aun distantes, las estrellas se parecen a tus ojos.

“Otra expedición al cielo”,
anuncian sin emoción los medios.

No son aventureros los tripulantes.
Los remos son teclas
que oprimen los astronautas, los ingenieros electrónicos,
los políticos del Espacio.
(No buscan tesoros sagrados
sino una verdad menos candente.)
Para ellos Júpiter, Saturno, Venus y Mercurio
no son deidades
—no influyen en nuestras emociones—;
tan sólo son puntos donde puedan clavar un estandarte.

¿Cuándo volará un poeta
en una nave de la Nasa,
que cante la guerra desatada por dos opuestos
y a la belleza inédita de tan distantes paisajes?

No importa:
      Homero fundó el mito de Occidente
sin haber visto jamás las murallas de Troya.
(Con ojos sellados presenció el descenso de los dioses.)

Yo canto a las constelaciones
sin saber leer los mapas
y sin haberme envuelto
           en el manto
                de ninguna galaxia.

He viajado más lejos, más allá de las ciencias exactas:
ayer me acerqué al enigma de tus ojos abiertos.

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TESTAMENTO DE CLARK KENT

[I. El secreto de Clark Kent]

Vio pasar las estaciones detrás de una ventana

corrigiendo noticias detrás de su máquina.

En silenció amó a Luisa, la reportera del Daily Planet

            –veloz criatura sin alas.

Pero en sus ratos libres

a escondidas extendía su bermejo capote

y, despojado del antifaz de cristal,

ascendía a los dominios donde el arcángel pacta con el águila.

Desde esa cúpula ejerció a su modo el poder y la justicia:

Su mano abierta desvió el misil,

su mano cerrada borró mapas,

su rayo láser abrió cuerpos.

En sueños aconsejó a Luisa

            siempre mostrar la verdad bajo la pluma.

Después de enfrentar al ave del manto sombrío

retornaba a su escritorio a corregir

–sobre su propia leyenda, escrita por otros–

comas, puntos mal colocados, ortografía incorrecta.

A nadie confió su secreto.

Se jubiló sin recibir aplausos.

Luisa –La Distante–

no pudo asistir a la despedida:

redactaba una historia sobre aquella inalcanzable criatura,

la del tímido plumaje escarlata.

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[IV. El secreto de Clark Kent]

Era un niño normal, como todos.

Después de sus labores escolares,

mientras otros hacían rodar su bicicleta,

mi hijo volaba muy bien y muy alto.

pero, ya ve usted, mientras uno crece

le hacen trizas los sueños,

ya en el colegio, ya en oficinas,

los amigos, las mujeres.

Mi Clark no vuela más.

Ahora es un hombre de bien,

anclado a un paralítico escritorio;

un hombre, como dicen,

con los pies en la Tierra.

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EL OLOR DE LAS CIUDADES

A los turistas nos irritan los malos olores.

No nos lleves, guía, a los establos

de Napoleón

ni a las caballerizas del Duque de Wellington;

no nos lleves a Waterloo,

donde la hierba aún hiede a sangre

y las moscas perturban

tanto a los muertos

como a los vivos.

Somos personas higiénicas,

con las vacunas en regla.

Somos la estirpe de los grandes museos.

¿Por qué no nos invitas a otros campos?

Por ejemplo, a presenciar La batalla de San Romano,

de Paolo Uccello,

donde los corceles vivos permanecen de pie

y los heridos huelen a óleo,

o condúcenos ante las Yeguas y potros en un paisaje,

de George Stubbs,

para que aspiremos su estético abono

y con ese souvenir regresemos

            a nuestra patria.

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RESPUESTA DE DIOS A LA CONFESIÓN DE SAN HÉCTOR

San Héctor, hijo:

tu pecado es grande

pero no tan grave como el mío.

¿Qué voy a hacer ahora, san Héctor?

Escucha:

tú deseaste

los labios de una hembra,

pero mi pequeño cardenal deseó a mi madre,

la Virgen;

y la culpa la tiene ese Freud, mal amigo,

ahora en el infierno:

me obligó a espiar

por el ojo de la puerta:

en su altar

mi madre se ajustaba una media

con lujo de detalles.

¡Qué espectáculo, san Héctor,

qué delicia!

Pero, ¿qué voy a hacer ahora

si se enteran los discípulos?

¿Qué diría Juana Inés?

Cuando lo sepa el diablo, ese Marx,

se morirá de la risa.

Ayúdame, san Héctor,

te lo suplico,

reza por mí,

y no te preocupes, hijo mío,

estás absuelto.

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UNA NUEVA ANTOLOGÍA MEXICANA

El crítico insiste:

“No debe fluir sangre en la Poesía,

enfermedades ni quejas políticas,

tampoco risas ni charlas de sobremesa:

no a la tragedia, no a la comedia.
La aventura del inodoro lenguaje es el súmmum”.

¡Parientes y lacayos del crítico:

llamen a psiquiatras

y que vengan las camisas de fuerza!

La antología de este necrófilo

está tomada sólo de poemas muertos.

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INSCRIPCIÓN

Se entregó en cuerpo y alma a la poesía;

fue inmortal mientras vivió.

Selección de los poemas: Ulises Paniagua

Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953-2024). Mereció el Premio de Poesía Aguascalientes en 2002 por Coliseo. La UNAM publicó su Poesía portátil. 1979-2006. Publicó, entre otros libros, ¿Volver a Ítaca?, Naturaleza muerta, La espada de San Jorge, Habitante de los parques públicos, Incubus, Antología desordenada, Coliseo y El poeta regañado por la musa, antología personal. Héctor Carreto: El niño que volaba, ahora reza por mí.