EN EL CAFÉ CAMUS EN BONN
Mi amigo, el poeta Rolfo Doppenberg y yo entramos en el café Camus.
El café está situado en el corazón del casco antiguo de Bonn
El café me recordó a la leyenda del „mito de sísifo“
¡Soy Sísifo, llevando la roca a mi espalda, Albert!
Me acordé de La peste
¡La peste de la tiranía mata a mi pueblo, Albert!
Me acordé de Calígula
¡Cuatro sangrientos Calígulas ocupan mi patria, Albert!
Me acordé de El Extranjero
¡Yo soy el extranjero en todas partes, Albert!
Alrededor de la mesa redonda volaba en sueños
Mientras mi amigo el poeta hablaba
Sobre las condiciones de la escritura, sus asuntos y penas.
Una bolsa de tela cuelga de la pared
con Shakespeare and Company escrito en ella.
Esa bolsa me llevó por casualidad a París.
Hace años, un poeta colombiano y yo andábamos por el Barrio Latino
y pasamos por delante de esa librería de viejo, la que mira y ríe
con la gran catedral de Notre Dame
en la que compré el Aullido de Allen Ginsberg
y dos retratos en blanco y negro, uno de ellos de Jack Kerouac
y el otro de otro poeta loco llamado Arthur Rimbaud:
El hombre con el viento en los talones.
Miré a la esquina más lejana del techo
vi a Louis Armstrong haciendo un gran festival de música
y tocando él mismo en su divina trompeta,
que se convierte en alas de mariposa y luz de ángeles en sus manos
Luego cantó tres de sus más bellas canciones:
What a Wonderful World.
Luego siguió con una canción:
It’s been a long, long time» en la que dice:
Kiss me once
Then, kiss me twice
Then, kiss me once again
It’s been a long, long time.
Lo selló con la canción
A Kiss to build a Dream On.
Cerca de la última mesa, la legendaria cantante de jazz
Billie Holiday estaba cantando: „Lady Sings the Blues“
Luego le siguió su canción llena de ira (rabia) y desobediencia: “Strange Fruit“
De repente me pregunté: ¿la legendaria cantante murió o la mataron?
Una trizteza, una extrana trizteza
como una fruta extrana que invadió y se instaló en mi ser.
Junto al legendario cantante
El genial saxofonista Charlie Parker «Yardbird«
se ocupó de afinar el mundo con su instrumento
para dar una extraordinaria fiesta en honor a este mundo
¡que se estrecha y se desvanece cada día!
Arriba, en una fila junto a Camus,
encontramos a Kafka de pie como un monumento
a las tumbas de todos los vencidos de este mundo.
Con sus ojos indiferentes recuerda un destino como el de «Gregor Samsa«.
Todos nos convertimos en Gregor Samsa en esta fiesta de disfraces llamada mundo,
pero no nos atrevemos a mirarnos en el espejo hasta que lo vemos.
En cuanto a cómo llegó Toni Morrison
de Ohio para instalarse entre Kafka y Beckett?
Una respuesta rápida viene de ella: vine a hablarte de «The Bluest Eye»
y abrazarte con la «Canción de Salomón«.
Luego, con tristeza, me dijo: Oh Kurdo, eres más negro africano que todos nosotros.
Entendí lo que quería decir.
Me incliné ante ella y le besé la cabeza con dos lágrimas.
En el rincón más alejado, junto a Tony
Samuel Beckett fruncía el ceño como si acabara de salir de una de sus absurdas obras de teatro.
Esperaba en vano el regreso de Godot, que nunca llegaría.
Qué decepción… ¿Qué decepción, camarada Samuel?
Sobre una pequeña biblioteca la luz emanaba con una abundancia asombrosa!
Vi que el amigo del poeta miraba de reojo
durante la conversación a la dirección de la luz.
¡Marilyn Monroe estaba allí iluminándonos e iluminando toda nuestra vida!
Luego se va a su soledad, enciende su cigarrillo
y escribe en la oscuridad los fragmentos de su vida.
Desde la ventana, Frida Kahlo nos espiaba.
Rápidamente, sin pausa, lo dibujaba todo.
Ella no sabía que a lo largo de su vida
solo había pintado los dolores de su esbelto cuerpo,
las cicatrices de su alma que nunca pudieron ser curadas
y su calvario en la existencia.
Le pregunté: Frida, ¿por qué dibujas tan rápido, como si tuvieras prisa?
Ella respondió: 1-¡Morfina!
2-Siento que me voy antes de tiempo.
En cuanto a Salvador Dalí
miraba con envidia a Frida desde la ventana de enfrente.
Pinta a los poetas como caballos salvajes,
a la camarera como «Leda Atómica«,
a los clientes del café como soles que brillan desde un huevo,
el dueño del café con bigotes como sus bigotes
y el café como un autobús en la autopista de la imaginación.
Al final, doblamos nuestras palabras, nuestros papeles y nuestros libros.
Nos levantamos, pero no sé si éramos caballos salvajes o poetas salvajes.
Luego salimos.
En la puerta, una bailarina nos despidió con una danza blanca como un cisne.
Le dimos las gracias y cada uno se fue al estado de sus sueños
y a soñar con sus locos poemas.
(Traducido por Halima Saal)