ORQUÍDEAS DE LAS LLAGAS
Todavía me embelesa el gesto de las montañas
y todo el cabello de los árboles despeinándose,
aunque ninguna puerta me sonríe
y ningún cuervo se posa en mi ventana.
Con un durazno mordido, en vez de corazón,
avanzo entre lúgubres moscas que saborean
el lento cadáver de la hora matinal,
entre árboles cuyas ramas son cuernos de chivo,
entre jardines de caguamas rotas,
bajo un cielo lleno de murciélagos
que copulan más allá de la noche.
Sucede que el cielo tiene dientes
y me arranca de una mordida la cara,
sueño que no sueño, me hago aire, polvo, marea…
Le doy cuerpo a mi sombra,
le quiebro los tobillos a la seda.
Yacen sobre el pie de un violín mis jamases.
Prefiero morir a volverme otro espejo
que balbucea himnos dorados.
Déjenme soñar, déjenme ser libre.
Déjenme arrancarme orquídeas de las llagas.
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ANIMAL SAGRADO
Lo que late es el animal sagrado
que sólo quiere ser aire
y no encuentra su lugar en el mundo,
esta contemplación, este arte de sentir
los pájaros verbales antes que terminen de morirse,
y enterrarlos en el camposanto áureo
donde se ahogan todos los gritos
atascados de tanta miseria y desesperación
que ya no hay lugar para enterrar a otro muerto.
En este día soy más cielo que el cielo y he llorado,
pero yo no sé latir al ritmo de las matas
como laten Rulfo y Lezama,
lo que late es el animal sagrado,
sus invisibles alas, su espectáculo ceremonial,
su danza al ritmo de las estrellas fugaces
que nunca volverán a pasar,
su escritura que no es escritura
sino más bien acuarela en el viento,
testimonio mudo y secreto,
precioso como la otra boca en la boca del fuego.
Yo, sólo soy una muerte que viene en camino,
yo no sé latir,
yo soy el que se pierde
en los laberintos diluidos de la locura
el que se engendra a sí mismo, el que se muere en sí mismo,
el que arranca su yo de toda materia
trastornado por una sed ancestral de serlo absolutamente todo,
a veces pienso
¿Quién fuera piedra para sentir la nada?
Pero el animal sangrando late, desgarrado por la furia
de una estridencia silenciosa,
extraña correr desnudo bajo el sol,
hacer el amor colgado de los árboles,
inventar la primera superstición
en las afueras del paisaje que somos,
abrasar las llamas de un infierno propio
y tratar a las plantas como si fueran gente
hasta que cada molécula de esta tierra sea su cuerpo,
mas el animal sagrado no puede ser completamente cuerpo,
porque yo vivo adentro suyo y pienso, y cuando pienso
ambos dejamos de existir.
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RETRATO DE UN NIÑO EN LA CALLE
El niño no tiene padre ni madre.
Su dios es un trapo viejo
con el que limpia los parabrisas
de los automóviles que pasan
y, a veces, también las lágrimas
que caen desde sus ojos cristalinos,
diminutos espejos quebrados
que reflejan un mundo inalcanzable.
No sabe leer ni escribir,
pero sabe dibujar en el polvo
los fantasmas que a todos nos duelen.
Nunca tuvo ningún hogar
y si lo tuvo ya no lo recuerda.
El único amor que conoce
lo recibió a machetazos
que le arrancaron la infancia
como si fuera maleza.
La gente que pasa lava sus pecados
en la blanca sal de su llanto,
ahí te va mijo, pa’ que te alivianes, dicen,
pero no saben que el niño
lleva el cielo de México en su espalda.
Ahi te va mijo, no traigo más, dicen
y dejan el insoportable peso de la miseria
reposando sobre su pequeña palma.
Entonces el niño mira en el horizonte
un sol humano ocultándose para siempre
y con su triste aliento de cansancio
derrumba toda nuestra patria.