ESOS DÍAS, OTROS RESPIROS
Ya es un tiempo viejo, de reservas y hastío
de pasmosa cautela y zafia clausura
de constantes aplazamientos e indefinidas despedidas.
¿A dónde nos fuimos, mi dulce dios perdido?
O dónde nos quedamos, ahogados en nuestro
propio respiro.
Oh joven dios, cuéntame de aquellas noches
verdes y húmedas cuando la luna argéntea
se derramaba sobre el agreste camino.
Háblame de esas púrpuras jacarandas
del cálido rocío que cubría el escondite de madreselva
donde el aroma a buganvilias se fundía
con el de una juventud nada desdeñable.
Porque parece mentira que jamás
volveremos a llenar de júbilo el pausado estío.
Ni a levantar el puño curando el celeste vino.
Y si no se vuelve, si nuca más se vuelve
la nieve permanecerá ensimismada en su blancura
sin las huellas que atestigüen
nuestro andar divino
nuestro espíritu peregrino
de aquellos días en que el presente
recomenzaba siempre de nuevo.
.
.
NIÑA DE NEPANTLA
Las líneas de la mano trazaban
los fundamentos de la incuestionable
geometría, signo y seña de un sibilino
soplo que la ausente heráldica
no consiguió descifrar jamás.
Ahí, erguida en el filo del Nuevo Mundo
la meridiana palabra azul fue centro y
circunferencia, claridad mística
y artífice de nuevos laberintos.
La esgrima de la pluma
la gracia condenada, cuando
antes loada, por medrosos fariseos
una vez señalada
descendiste de Cristo
para ser crucificada.
Y de tu costilla surgió la arcilla
que concibió el sueño celeste,
la caricia solar, el vértigo en la altura
y la impoluta verdad de la caída.
Frente a la rebeldía se te negó el llanto
de Madre María, ni beata ni santificada
sólo quedó un eco de antiguas bibliotecas
etéreas como vagos recuerdos
de lo que pudo ser tu claro paraíso.
Porque la memoria no es cristal
y la alta palabra suele ir y venir alada
dejándonos tantos siglos a oscuras.
Pero esta noche presiento una
flamígera centella que, en el cielo deletreada
un secreto me confía, mientras yo
despierto, alzo la mirada
y tú, fulgiendo, fénix constelada
perduras
en tu manto de blanca hondura.
.
.
UN ANCIANO EN LOS CAMPOS DE ARROZ
No recuerdo el día de mi última proeza.
Avanzada mi edad y mi pobreza
nadie en este pueblo me recuerda.
Mi cabaña no se ha visitado en años.
El mundo se aleja y las inquietudes se acumulan.
Sólo poseo estos campos de arroz
cubiertos de blanca nieve donde observo
las huellas del tigre que se oculta en la espesura.
Pronto iré a su encuentro.
Cuando el vino me embriague
las luciérnagas me mostrarán el camino
hacia las montañas Kunlun.
Donde ya no hay Año Nuevo
donde ya no se persigue la vida.