El poeta mexicano Abimael Flores, estrena su tercer libro de poemas, esta vez publicado en Perú bajo el sello de Santa Rabia Poetry. Los dejamos con tres poemas de este nuevo y duro poemario.
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ULTIMÁTUM
Mi cuerpo que sin ti sucumbe,
prímula marchita, que añora pasados.
Las fatídicas aves de rapiña con su frívolo aleteo
anuncian por los aires, el coro de la desdicha.
La muerte acecha a los hombres.
¡No me dejes partir hacia los campos! No. Todavía.
En las cimas borrascosas allí donde residen
residuos de amor, acuérdate de esta elegía,
vislumbra en el haikú, la belleza de nuestro final.
Antes de partir hacia los campos concédeme
el consuelo de los desamparados. Déjame probar
por última vez la vida que discurre de tus labios.
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UN ÚLTIMO ADIÓS
Cavando en mis recuerdos encontré un cadáver,
memorias que merecen descansar.
Escribiré en una cripta aquellos versos necesarios.
Dejaré de perder el tiempo buscando
el vaivén de tus caderas en las sombras
fugitivas que dibuja la añoranza.
En el jardín de los santos derramaré las últimas lágrimas,
el perfume de tus lóbulos, tu risa veraniega, y diré adiós
a aquel que fui y que se retorció muriendo por lo nuestro.
El lodo caerá por fin sobre los poemas viejos.
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MÁRTIR
Me duele tu ausencia,
madero en el que me dejaste clavado,
y aun así te busco en la zarza donde ya no ardes.
Me alcanzaron tus plagas desnudo y pusilánime.
Te oigo, pero ya no te veo Ahora solo eres
el murmullo que trae el viento, el recuerdo
de un vino cananeo, un fantasma en Getsemaní.
Ya no eres más carne de mi carne ni sangre de mi sangre.
Salgo de mi barca y agarro tu mano en la tormenta.
En medio del mar me sueltas.
Me aferro al pasado. Me hundo y me dueles
en el tumulto de la hora pico, en el sueño inconciliable.
Mientras voy cantando con Esteban,
una lluvia de rocas adorna mi piel. Te busco inútilmente.
¿Acaso es una prueba? Bordeo Damasco, y no estás.
Ingenuamente sigo creyendo en ti. Lavo mis heridas,
y al amanecer te ofrezco mis primeros sollozos.
Fiel, aquí, aguardo tu regreso.
Mi dogma, tu figura. Tu desdén, mi flaqueada fe.
Menguo para que renazca tu amor y una razón nueva,
pero solo se agiganta la visión amarga de tu adiós.
Apaciento en tus lirios. Mi corazón tiene sed de ti,
como devoto afanado ciegamente por su dios.
Mi cuerpo gime por ti como el ciego de Betesda
gemía por un milagro. Sin señales y sin prodigios,
con incauta ilusión, atravieso de rodillas
el desierto de tu indiferencia. Peregrino sin esperanzas
en busca de un destello de tu amor.
Crucifijo de cristal, rosario hecho de arena,
en tu altar desbordo mis sollozos, y te busco en el cielo,
llamándote con una plegaria que anhela
desgarrar el aplastante velo de la distancia.