ANTE TU TUMBA
Ante tu tumba lloré,
gemí y sigo hablando,
dejo el eco para que me escuches en tu encierro.
Ante tu tumba resurgen las angustias
se enjutan mis manos
un pedazo de piel se transfigura
se mojan los ojos, se desgranan.
Una parte de mí se vuelve lluvia,
la otra parte se ha ido con el polvo,
polvo y lastre que me emana.
Ante tu tumba siento la ceniza
la tierra que cubre el mármol de tu lápida
el frío roce de las noches lánguidas
el eco en las cúpulas amargas.
¿Qué somos? Sólo destierro y nada.
Un sollozo, un repaso o una lágrima.
No sabemos reír ante la ausencia
porque la soledad quema las formas
y la substancia de toda la inocencia
que crispa y me desarma.
.
.
SILENCIO
Tanto silencio se vuelve vengativo,
ni el susurro del río se equivoca;
la piedra del rencor hiere las plantas
que van dejando huellas de congoja.
Tanto rumor se calla a la negrura del puente
de tu mirada incrédula y pasmosa
que no descubre lo intenso de mi sombra.
Tanto silencio es ruido que devasta
las distintas razones que se marcan
al comienzo del final y de tu boca
que recorre los surcos de la piel y las derrotas.
El silencio es cruel y despiadado
quiere gritar, cuando se calla,
murmullo sedicioso y descarado
que no sabe guardar lo que provoca.
.
.
SOY
Soy consciente de mí y de mi sangre,
vibra el cuerpo al viento
arde el cielo,
y el estrépito de mi emoción
como mi hambre.
Soy la roca que absorbe
el inquieto clamor de la intemperie
y la voz de la tierra
cuando grita su rabia
de las glorias que estallan y se encienden.
Contar mi muerte
Déjenme esta magia creativa,
esta magia de lluvia transparente;
no quiero morir,
quiero vivir para contar mi muerte.
EL PUENTE, DE LORENA AVELAR
No recuerdo la fecha, pero sí tengo clarísimo que fue mi amigo Eugenio Aguirre quien le dijo a Lorena Avelar que fuera a verme para ver si podíamos encontrar alguna forma de aprovechar su talento, su capacidad de trabajo y su extraordinaria pasión por la poesía. Era una niña obsesionada por la escritura y por la edición. Era una niña, pero había ya vivido intensamente y tenía mucho que decir. Esto debe haber sido en los tiempos en que yo dirigía Rincones de Lectura. Bastaba con verla de frente, de clavar en sus ojos la mirada, para advertir la energía que la impulsaba. Había ya escrito y leído mucho y los versos se le atropellaban en la voz y en la escritura. Era un volcán.
Conozco muchos de los libros que Lorena ha publicado en los muchos años que han pasado desde entonces. Hemos participado juntos en muchos proyectos que ella ha impulsado con su ávida energía, y cada vez que la he visto completar un trabajo me he alegrado de que Eugenio la haya puesto en mi camino.
Y ahora que hemos vuelto a vernos me encuentro con El puente. Un libro que me ha deslumbrado por su evidente madurez. Si cruzamos nuestras miradas, vuelvo a ver en Lorena a la niña que conocí. Y cada vez me sorprende más su capacidad para mantener el impulso avasallante de su juventud al tiempo que es ahora capaz de dominar el torrente de sus palabras, de medirlas y domarlas y llevarlas a ese momento en que la capacidad de la poeta logra deslumbrarnos. Leo versos como “Mi abuela era así, como si nada”, y “ojalá te vieras con mis ojos;”, que no podré ya olvidar. Leo poemas que me acompañarán de aquí en adelante. Me gusta repetirlos:
Soy extraña en este mundo
a veces singular y a veces nada.
Soy el recuerdo de tres piedras
y el estallido de una llamarada.
Soy silenciosa cuando digo
y elocuente si declamo al alba.
Soy y no soy y a veces vivo
en este mundo aparente de palabras.
Tomo El puente, leo tres o cuatro páginas, en voz alta; me lo echo al bolsillo o lo dejo a un lado, por ahí cerca, donde lo tenga a la mano, para volverlo a abrir, en no importa qué página, donde el azar me ponga frente a alguno de sus poemas, y lo vuelvo a leer, en voz alta, como si nunca antes lo hubiera escuchado.
Felipe Garrido