MÁQUINA DEL TIEMPO
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Viernes, 10:42pm.
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Diecinueve años, cabello largo y color miel. Sin fleco, traumatizada y con evidentes rasguños en ciertos ángulos de mi pecho, aunque ninguno tan grande como ese que llamo máquina del tiempo por la misma reacción que sucede cada que lo toca algún gesto o recuerdo que se percibe como granos de sal dentro de una herida. Es así, negro dolor en un parpadeo.
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Diez años, cabello que cae a los hombros. La inocencia se mide en el flequillo. Un cuarto adornado con princesas y pedestales intactos. Dentro, una curiosidad correspondiente a mi sed de conocerlo todo. Fuera, un sobre que contenía una granada al vientre, un explosivo para lo indestructible, una explosión que destruyó la base y soporte de un cuerpo tan pequeño, de mi alma que no soportó el estallido y dejó de vivir para empezar a sobrevivir por los nueve años siguientes.
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Lo que daría por jugar con aquella máquina del tiempo, para viajar atrás y no paralizarme, para salvarme a mí y salvar mi adentro, para no envenenarme con largo sorbos de rencor y mantener la cordura que sólo una madre leal puede encarnar.
Pero el veneno todavía recorre mis venas, y soy herida y cenizas, el deseo de esta máquina del tiempo que añora la inocencia que siempre quedará detrás.