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III
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mucho le temo a los hombres de dios,
a sus prácticas de luz
con las que crían leones
o adiestran ballenas
para devorar a los que odian
porque sólo han puesto dolor en mi mesa
y en el estante tembloroso
de mi respiración,
y han dejado algunas telarañas
y un polvo fino que me recubre
de silencio,
mucho les temo
y mucho les he de temer,
dios también les teme,
por eso lo denigran,
lo amenazan, lo dejan desgarrado,
quizá un día lo acaben
y también me acaben a mí,
quizá nos encontremos pronto
-dios y yo-
en la boca alumbrada de un león
o en la sombra oculta
en las tripas de una ballena inmensa
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CALCINACIONES
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señoro tallerista:
usted dice que no hay sangre aquí,
sólo palabras, ruidos
para remediar la blanca criba del papel, intentos
de preceptiva en la claridad
del vacío
sin embargo,
creo que no conoce las cenizas
de mi voz,
el ano que me punza
ni la calcinación
de mis tuétanos y huesos
nadie siente el fuego duro por igual,
ni nadie camina
con el mismo equilibrio
por el pecho de un hombre
entonces:
¿cómo me acusa de retórica
inapropiada y banal?
¿cómo sostiene
que a mis versos les falta
la anchosidad de los suyos?
creo que sus palabras respiran
de un modo rancio, y no lo puede entender
que le hace falta
una proclamación del recto,
y juguetear con sus dedos,
hasta entonces
conocerá el verso
y su entendimiento anal,
quizás eso lo aclare, lo libere,
quizá le muestre el camino
para que calcine
sus propios tuétanos y huesos
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RECORDATORIO
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tenemos mucho que ofrecer:
una mano o algún labio
que camine por la espina
dorsal, un temblor manso
o una gota de saliva
en la noche del ombligo
algo, sin duda, podemos
tocar: un corazón
en los testículos,
un surco en el glande
algo, les reafirmo, hemos
venido a desatar: mirar a dios
en una nueva posición, andar como
centauros de otros modos
en la cama
algo, les digo,
les exhorto, les indago, algo
fuera de las palomas que siempre
nos enseñaron a nombrar,
algo nuevo, maricas, hijas de mi misma
insolación, tanto se nos erecta
la vida, que solemos olvidarlo
pero aún tenemos tanto por
decir, aunque lo duden, algo
nos queda en el timbal
de las costillas, y suena tan blanco
como sonó el beso
de cristo en los ojos
de pablo, algo que,
hermanas mías, nos ha hecho bellas,
arriesgadas
sin duda, la vida habita
en nuestras sábanas,
y nos toca entenderlo, reafirmarlo,
decir en las tonalidades del blanco
lo que otros hombres
nunca escupen