DUELO DE PERITOS
No hay nada que un hombre no le haría a otro.
Carolyn Forché
La mató la fractura de una piedra en la boca.
Más tarde fue violada viva en una fiesta.
«Murió de sobredosis»
dijeron los peritos, finalmente.
En la puna los astros aullaban por la niña
como perlas rasgadas.
El soldado habría muerto después
de tropezarse. ¿Qué insensato le habló de libertad?
Le bordaron a golpes las costillas.
Para algunos «fue un mártir necesario».
La modelo resbaló de la azotea,
en la finca alquilada por el novio.
«Su amor era tan puro», contaban los vecinos.
«Al caer al vacío estaba muerta», decían en la morgue.
Se suicidó el fiscal. Pero más tarde se habló de un asesino.
La autopsia confirmó que le pegaron.
Un cuchillo de orquídeas oxidadas.
Y un disparo en la sien.
Los filósofos acusan a los dioses:
¿cómo permite, un demiurgo, tanto sufrimiento?
«Si quiso eliminar el mal pero no pudo, es impotente»
«Si no quiso, es malvado»
«Si no pudo y no quiso, es malo y débil»
Descartes habló de un genio sucio.
Otros cuentan historias de deidades que pactan con el fuego.
La modelo, el soldado, el fiscal y la niña
han mirado la cara de los lobos
y no ajustan sus cuentas con fantasmas.
Desde arriba,
Dios observa la masacre de sus títeres
con los hilos cortados.
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MARINA TSVETAEVA PIDE TRABAJAR DE LAVAPLATOS
La poeta acaricia las costuras
de sus versos antiguos.
Parábolas, signos, planetas, campanarios.
Las estrellas violeta de su casa en Tarusa.
Recuerda que supo ser feliz
allí donde ahora toca
follajes mutilados de luz,
endechas mariposas que traspasan
el aire con muletas.
«Pido empleo en el comedor de Litfond que va a abrirse»
Aprendió que el apego es un asunto de tiempo.
Hace falta invertir tanta vida con alguien,
corroerse despacio en el reposo,
en la obtusa tubería de los años,
y ya no tiene días,
ni ganas,
ni fuerzas suficientes.
Se acostumbró a esperar el alba entre los dedos
contando fuselajes desde el techo para medir el hambre.
A canjear pertenencias por comida.
A ser invierno en medio del verano.
«Que no me entierren viva»
«Que mi hijo, el aviador de cometas, no me piense»
Ya le es indiferente
dónde sentirse sola.
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UNA FAMILIA
Hubo un tiempo
en que el mundo tenía
dos verdades.
Mi padre nunca se dejó crecer la barba.
Jamás nos pidieron documentos.
«¿Qué nos pasó en aquellos años de vuelos peregrinos?»
empecé a preguntar, cuando aprendí a leer.
«Todo normal», fue la única respuesta.
«Los lápices escriben lo de siempre»
Crecí como una despojada del entorno
entre la negra noche de los libros
y aquel diáfano
limbo de mi infancia.
Una tarde volví con mis preguntas.
La paz
no debiera ser completa
mientras cueste el silencio
de los otros.
Cómo eran los vecinos.
Sus costumbres, su ropa, sus palabras.
Dónde estaban ahora.
«Había una familia», me dijeron.
«Si tu hermana iba a jugar al patio se ponían alerta»
«El hijo nos pedía el teléfono»
«De pronto los dejamos de ver»
Esas pudieron ser nuestras baldosas.
Las llamadas y un delta, mi verdad.
Rara vez las preguntas nos dejan como antes.
A veces fracturan la memoria
para no regresar.