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PARA ESCRIBIR EL POEMA
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El poeta quiere escribir sobre un pájaro:
y el pájaro huye de él.
El poeta quiere escribir sobre la manzana:
y la manzana cae de la rama donde cayó.
El poeta quiere escribir sobre una flor:
y la flor se seca en el jarrón de verso.
Así que el poeta hace una jaula de palabras
para que el pájaro no huya.
Así que el poeta llama a la serpiente
para convencer a Eva de morder la manzana.
Así el poeta le pone agua al verso
para que la flor no se marchite.
Pero un pájaro no canta
cuando lo encierran en la jaula.
La serpiente no abandona la tierra
porque Eva tenía miedo de las serpientes.
Y el agua que debe mantener viva la flor
corre a través de los versos.
Y cuando el poeta dejó el bolígrafo,
el pájaro comenzó a volar,
Eva corrió por los manzanos
y todas las flores brotaron de la tierra.
El poeta ha vuelto a su corral,
escribió lo que vio,
y el poema está hecho.
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OBSERVACIÓN Y ANÁLISIS
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En un poema, encuentro partículas de diversa
índole. Algunas provienen de antiguas exaltaciones
sentimentales, y con el tiempo se disolvieron
en medio de palabras que perdieron su fulgor;
otras conservan el brillo de un instante
primordial, aquel en que se formó el universo
del ser: ellas son las que captan la atención de quien,
durante la lectura, percibe la verdad
que se asoma entre los versos.
Así, cuando analizo la forma de ese poema que oí,
hago a un lado la técnica y la destreza
con las que fue escrito
y trato, sobre todo, de fijar
ese cuerpo que lo inspiró, el rostro de la amada,
la voz que transformó lo que podría haber sido
un encuentro casual en algo que permanece
en cada sílaba, como si pudiéramos tocar
de ese modo la sustancia del amor.
En realidad,
lo que vemos aquí es algo tan simple como
la alquimia que convierte en oro el plomo,
alejando de la mirada las partículas de lo efímero
para que se revele, en el tubo de ensayo del poema,
la esencia de un sentimiento que parece eterno.
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METAFÍSICA
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A veces, un verso transforma el modo en que
se mira el mundo: las cosas se revelan
en donde nadie las suponía; y
el centro se mueve de donde estaba, desde
el origen, forzando al pensamiento a rodar
en otra dirección. El poema, sin embargo, no
tiene por fuerza que decirlo todo. Su
esencia reside en el fragmento de un absoluto
que algún dios se llevó. Miro
ese vestigio de la totalidad sin ver más
que eso —el resto de la antigua
perfección— y dejo atrás el camino
de la idea, la ambición teológica, el sueño del
infinito. ¿De qué eternidad me olvido,
entonces, en el fondo de la estrofa?