.
BORREGONES
A Jorge Esquinca
.
I
Enmiendo la altura del tule.
Rozo la oscuridad del sol;
un mismo fuego nos incendia.
.
II
Abro el pico
por filete o desperdicio.
grazno; tartamudo.
Cansado de latitudes
formo caligramas
que descifra
quien arde su dedo
al borde de la hoja.
Aletear mueve al mundo.
El mundo reclama nuestro vuelo.
.
III
No somos bestias, señor:
Venimos aporreados de insomnio,
borbotones de hambre
cuajados en la garganta.
Hay terrenos más amplios que el corazón;
la vista recicla imágenes
y todo el tiempo
—los ojos cerrados—
vemos el saludo
alejándose a nuestro andar.
Nuestra gente está allá
orando por nosotros.
Y nosotros
expandimos
de un desplazamiento a otro
nuestra oración.
Orar mitiga el hambre.
Orar fusila el miedo.
Orar aumenta nuestra velocidad.
Acorta el espacio.
Porque
orar es un naufragio
que avanza conforme se van secando
nuestras lágrimas.
Buscamos una banqueta,
algún puente.
Dormimos poco.
Somos una parvada de pichones
a quienes no dejan hacer nido
en construcciones coloniales.
.
IV
Sabemos el número exacto
de lunares que hay a lo largo de su espalda
¿Cuántos besos mide cada una de sus piernas?
Nuestras manos rodean el diámetro de sus senos;
conocen el modo de vagar por la planicie
de su abdomen.
¿De qué manera cavila su razón?
¿De qué color ve nuestro semen
mientras escurre por el muslo
al suelo?
Sabemos
la profundidad de su gemido en nuestra oreja.
¿Y cuál es su punto más sensible
cuando nuestra lengua
pasea por su cuello?