TODO LO QUE RAMÍREZ DIJO
Imagina la fuerza que mueve
el agua subterránea cerca de un péndulo.
Siente la aguja magnética entre tus cejas.
Tienes que seguir la sintaxis del alumno,
adéntrate a ti mismo por medio de un punto final.
Verás entonces los contornos de la vida de otros,
la noche en que cortaron las líneas telefónicas.
No habrá linternas en las colinas.
No temas si te ves
como un fantasma al lado del camino,
un copiloto de nadie.
Espera a que amanezca y siente
cómo los verbos se evaporan
desde los labios. Escucha,
podrás oír una voz que repite:
Frost escribió versos sobre
nieves y bosques;
los árboles son los padres de los fósforos,
habrá un incendio al borde
del Bosque del Monasterio,
los caballos se desvanecen
en la profundidad de montones de nieve.
Cuesta abajo, cuesta abajo es el único rumbo,
donde el invierno
y las tristes praderas permanecen en calma,
y los troncos cortados parecen molares.
Allí te obligarán a arrodillarte.
Descubrirás quién te amó
cuando te pongan
una pistola en la sien.
Di mi nombre
y observa el miedo en sus rostros.
Mira de cerca,
pues serán tus propios rostros.
Diles silenciosamente eso, Ramírez.
.
.
AGOSTO, UNA VEZ MÁS
El anochecer se agudiza
sobre las puntas de los pinos,
volverá a perforar el estómago del horizonte.
La auto-traición del día sucede
cuando cada habitación del apartamento
se convierte en una sala de espera. Estás convencido,
la radio se encenderá sola,
llena el espacio con las noticias de tu partida.
Acercarse lentamente a la ventana
es una sutil metafísica,
revisando, y a sólo veces esperando,
especialmente a mediados de agosto
cuando el calor del día se expande
como la boca de un senil hombre.
Es una señal de que los recuerdos existen
pero nos vamos quedando sin palabras y ¿ahora qué?
Bajo esta inclinación de luz
en días como estos,
solía prepararme para la escuela.
La aguja del compás,
cacofonías de letras en un libro de texto.
Estos días en que la inquietud
deja distintos tipos de marcas,
una parvada de aves en el azul del cielo,
todos aquellos picos y alas,
puntos y comas,
cadenas de mensajes codificados.
Las parejas existen todavía,
Las he visto en las selfies de otras personas,
la noche se acerca, sus dedos
se entrelazan de forma inseparable.
Ya no me preocupo por objetos,
las sombras se filtrarán fuera de ellos.
Agosto es un laberinto, el comienzo de una fuga.
Como si una unidad de intervención
viniera por mí. Un soplo.
Vecinos silencios.
Un control remoto sin pilas.
Un ramo de lápices sin filo en un vaso de plástico.
Tu camiseta
en el estante superior del armario.
Es 3 de agosto y aún no la he lavado.
.
.
PARIS, TEXAS
Mi cuerpo es un almacén ya cansado,
un espacio muy estrecho
para guardar recuerdos.
Una camper y un cencerro
atado a tu tobillo,
mientras en tus sueños
seguiste huyendo desnudo
a lo largo de una carretera.
Hay otro París más,
muy cerca del desierto.
Su superficie equivale
a cuatro años de caminar constante,
suficiente tiempo
para convertir una espina dorsal
en una vía del tren abandonada,
acomoda las memorias
en una cinta de ocho milímetros,
por eso te recuerdo
tan sólo como las cicatrices que quedan
en la mezcla de un casete
que ha sido empujado a la boca
de una videograbadora.
Cuando nombramos Hunter
a nuestro hijo,
yo no sabía
que habría de perseguirte
siguiendo el rastro
de números en cuentas bancarias.
Hay amores
que asemejan al Big Bang.
Su epílogo puede caber
en una larga llamada telefónica,
en el agujero negro de un auricular.
Tales monólogos son diferentes,
pero siempre comienzan con las palabras:
Ya conocía a estas personas,
a estas dos personas.