Perspectivas
A veces el poema es un espejo
y su fondo delata.
Allí contemplo ahora
la imagen invertida de mis manos,
su arbórea arquitectura
de venas, de cartílagos, de uñas.
Las manchas diminutas donde traza
su oscuridad fugaz lo ya vivido.
El reverso de líneas incompletas,
de huellas diferentes que tantean el mundo.
Esa cóncava hondura con que esperan
la caricia del agua.
Son mis manos, las mismas manos
que con cuidado intentan
romper la cáscara de cada día,
sostener solamente su centro luminoso.
Las que tratan, al escribir palabras,
de despojar sus dedos de la sombra
como si fuese un guante ya gastado.
Pero detrás de ellas, en el punto de fuga
trazado en el azogue del cristal,
se dibuja un paisaje con patíbulo:
la escalera, los postes, la trampilla
y el balanceo rojo de una soga.
Me estremezco al pensar si muchas veces,
mis propias, inconscientes, viejas manos,
aunque no hayan movido la palanca,
han apretado el nudo.
Caza nocturna
En el suelo mojado de la página
piso los bordes alargados
de una luz derramada que persigo.
Es difícil, pues camino en la noche:
la hilera interminable del recuerdo
tachándome las calles de costumbre,
sucesivas pupilas de palabras
cayendo en vertical sobre este asfalto.
Desoigo el verso que, vacío,
cantan los rótulos en la avenida
y el súbito destello de los coches
que se cruzan como una estrofa en fuga.
Mi cuerpo, vehemente, se aprieta
contra los muros y sus sombras.
Llego a casa.
Un zarpazo, un golpe oscuro,
que no sabe siquiera ser preciso,
me derriba,
casi a tientas enciende
la orilla nueva de un poema.
Poemas de “El tiempo es un león de montaña”
Mi mirada encendida
contempla abarrotados anaqueles
—limón, vasos volcados, perfiles de botellas—
donde ofrece la noche su piel de desenfreno.
Casi tocan mis manos
los párpados mecánicos de una luz cambiante
en que ciudades, cuerpos, desafiantes rostros
salen de la pantalla fingiendo ser relámpago.
Pero ocurre la música,
su red de telaraña, su textura innegable
de color y de pliegue.
Pero avanzan las voces
y el huracán avienta su ceniza.
Lejos sucede el trueno,
—sus manos ya en mi cuerpo, cercano terremoto,
convocan la nostalgia de otros brazos—.
Se vuelve íntima la noche
y yo busco en una boca urgente
la saliva del caos.
En la acera, entre sombras, amor y soledad
van pactando su herida.
Poema de “La nave roja”