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Si cuando escribes un libro, una historia, un poema sabes que no vas a ningún lado, que lo escrito parece un capricho, déjalo. Abandónalo. Dale a los demás textos necesarios, y un respiro a tu cuerpo. Ya llegará el momento. Escribir no es un acto obligatorio. Leerte tampoco es indispensable para el mundo si aquello que se escribe no sorprende, emociona o genera pensamiento.
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Quise saltar tan alto como la literatura lo permitiera. Por fortuna, tales saltos son horizontales. Así puedo lanzarme con ilusión.
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El interés que puede mantener un escritor no reside en las respuestas que entregue, sino en las preguntas que deba hacerse.
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Los escritores, como los superhéroes, tienen dos caras. En las ferias de libro se comportan como semidioses. De lunes a viernes, en cambio, son unos pobres oficinistas asalariados.
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Amo la literatura, y procuro que ella me ame a mí.