Rosalba Himura Nacida en Ciudad de México, pasante de la maestría Intervención Educativa "La práctica entre varios" por la Asociación de Psicoanálisis de Orientación Lacaniana APOL A. C. Licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana, especialista en trabajo comunitario. Narradora Oral y Música tradicional de Guerrero. Ha publicado "Luna Mestiza" (Eterno femenino ediciones). Antologada en Árbol en llamas" (Sediento Ediciones), "Grito de Mujer (Poetas latinoamericanas), "Poiética" No. 3 UNAM 2014. "Cihuayaomeh In Xochitl in Cuicatl" Encuentro de Mujeres en la literatura y Resonancias en la acción; Comuarte y " La Fiereza de lo Amado".

Ulises Paniagua: Reseña de “El tiempo todo lo destruye” escrita por la poeta Rosalba Himura.

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EL TIEMPO TODO LO DESTRUYE

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…el soldado volvía mudo de la trinchera…

No era que no recordaba…es que las palabras

no alcanzaban…

Walter Benjamín

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Ulises Paniagua, escritor de múltiples géneros literarios; autor de gran trayectoria y con reconocimiento nacional e internacional, nos ofrece un nuevo poemario: “El tiempo todo lo destruye”. Porque la poesía es un campo de batalla, un lugar donde la conciencia se abre el pecho y contempla su herida: el corazón tiene agujeros. Aquí, cada verso es un gesto de duelo. Un intento de nombrar lo que se escapa, lo que se oculta en los pliegues de la pérdida. Porque el tiempo devora lo amado, pero también devora lo innombrable. Y en esa guerra sin vencedores, la poesía se alza cual último refugio. Como un murmullo en la oscuridad, como el testimonio de un latido que persiste, a pesar de todo. Cito: “todo lo que amo el tiempo lo destruye: los pequeños guiños, los antiguos nombres, los sellados labios, los tropeles de infancia, los besos, los fervorosos murmullos, los te odio y el deseo, la persistencia del deseo”.

Este poemario es un viaje por las fisuras de la existencia, donde la voz poética se desplaza entre el deseo de nombrar y la imposibilidad de hacerlo. Cada poema es un borde, un límite, una tentativa de cerrar las heridas del lenguaje y de la experiencia. Pero las palabras, en su fragilidad, no pueden suturar del todo lo que está roto. Así, la voz busca su reflejo y “agoniza en el espejo cada noche”, reconociendo que siempre queda un residuo, algo que se sustrae a la forma, que se evapora antes de ser atrapado. Cito: “Intenté inútilmente traducir el rumor de los astros, el color de una botella que se rompe a media noche, los códigos del silencio…ahora sé, un poeta es traductor de lo que no entiende. Un poeta es un poeta y es, apenas, un silencio”.

Sin embargo, en esa lucha con la ausencia, en ese forcejeo con lo innombrable, emerge una certeza paradójica: hay un saber que no se sabe, un conocimiento que brota desde la grieta misma. La poesía, entonces, no solo indaga en la desintegración del tiempo y del ser, sino que también deja entrever un hálito persistente, “el frenesí de lo que no se mueve, pero respira”. En ese temblor, en esa intuición de lo inasible, el poeta y el lector se encuentran en un mismo umbral: el del lenguaje como vestigio de lo que alguna vez fue, pero nunca del todo.

“El tiempo todo lo destruye” nos confronta con la imagen de un hombre errante, “errabundo de sí mismo”, atrapado en el devenir de su propia deshumanización. Indiferente ante el vacío existencial, sobrevive sin vivir, negándose a sí mismo y a la catástrofe silenciosa que consume a la humanidad.  Cito: “Los días, los eventos, los horrores… y yo aquí, en el aburrimiento, sobreviviendo en el mismo piso, mientras pienso que, durante mi vida, no ha ocurrido nada importante”.

Ulises Paniagua muestra al hombre que mira, que se interroga, que bordea su propio abismo antes de saltar en busca de algún sentido. Un hombre que ansía saber y hacer algo con ese saber, pero que, en su intento, descubre su límite: es sólo un ser hablante, impotente ante el tiempo, que destruye tanto lo amado como lo que nunca llegó a amar. Cito: “Soy Alí, el contradictorio: intimido a mis rivales, abuso de su recelo, pero abogo al mismo tiempo por los derechos humanos…Yo odio la guerra, odio matar. Me niego a hacer lo que otros quieren…”

Y es en esta angustia ante la pérdida, ante lo imposible, ante lo que regresa una y otra vez sin cesar de no escribirse, donde el autor se plantea la pregunta: “¿Cómo llegué al mismo callejón sin salida del que hablaba Scott Fitzgerald?”. Una interrogación que se convierte en materia prima para transformar la angustia en palabra, para intentar, aunque sea en el filo de lo indecible, nombrar la noche que nos habita como agujero en el corazón.

En este libro, voces de mujer y de hombre se cruzan, se funden, se disuelven en la grieta de un mundo que repite su fábula: el verdugo que se disfraza de redentor, la víctima que arde en la culpa, que expía un pecado que nunca cometió. Todo castigo es penitencia. Todo dolor es redención. Y en ese simulacro, la historia se reescribe con la tinta del miedo. Cito: “Soy Medusa, la condena tras el silencio, bajo el silencio…La víctima y tras la violencia, el fenómeno violento”. Y luego: “Yo soy Nina Simone, una tormenta de luz oscura, la pantera que se come al mundo…Yo soy Nina Simone, soy feliz cuando canto”.

En el centro de este infierno —violencia, indiferencia, vacío, soledad— hay un temblor. Algo araña el silencio, lo rasga con uñas sucias de noche. No es grito. No es súplica. Es la voz de la dignidad, el aliento último antes del derrumbe. Es la sombra que se niega a desvanecerse. Porque hay cosas que no se pueden vender. Ni la memoria del tacto sobre la piel abierta del tiempo. Ni el nombre secreto de lo amado. Ni la nostalgia de los lugares donde aprendimos a respirar sin miedo. Es ahí donde habita la resistencia: en la grieta, en la palabra que no se deja extinguir, en la certeza de que, incluso en la ruina, algo nos sigue nombrando.

Sin duda, uno de los aspectos más reveladores de “El tiempo todo lo destruye” es su manera de desmontar la escritura masculina, de despojarla del mandato del amo para enfrentarla con su propia fragilidad. Aquí, la voz poética no se erige como dueño del sentido, sino que se reconoce en la falta, en la incompletitud, en esa grieta por donde se filtra el temblor de lo humano. Y en ese reconocimiento, lejos de la soberbia de la certeza, la palabra se vuelve posibilidad de vida.

Por eso, lector, escucha, viajero del tiempo que todo lo borra: desciende en estos versos. Te invito a dejarte caer en sus pliegues y recorrer, uno a uno, los agujeros de tu propio espíritu. Porque sólo quien se atreve a mirar de qué está hecho, podrá caminar entre los espectros de esta era —los ecos de la pérdida, la alienación, la ausencia— y, aun así, sostener la vida.

Rosalba Himura

CDMX, 2025.

Rosalba Himura Nacida en Ciudad de México, pasante de la maestría Intervención Educativa "La práctica entre varios" por la Asociación de Psicoanálisis de Orientación Lacaniana APOL A. C. Licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana, especialista en trabajo comunitario. Narradora Oral y Música tradicional de Guerrero. Ha publicado "Luna Mestiza" (Eterno femenino ediciones). Antologada en Árbol en llamas" (Sediento Ediciones), "Grito de Mujer (Poetas latinoamericanas), "Poiética" No. 3 UNAM 2014. "Cihuayaomeh In Xochitl in Cuicatl" Encuentro de Mujeres en la literatura y Resonancias en la acción; Comuarte y " La Fiereza de lo Amado". Ulises Paniagua: Reseña de “El tiempo todo lo destruye” escrita por la poeta Rosalba Himura.