LA QUEMAZÓN DE LOS COMALES
Con cariño para Alba Hernández
Hace años atrás conocí a Silvia cuando teníamos ocho años. Mi vecina regresó de Valle Nacional a donde cada temporada su familia iba a cortar tabaco, un día ya no se fueron, así empezó la amistad con mi mejor amiga de la infancia. Su familia era muy pobre por eso su madre tejía petates, vendía tortillas y aprendió hacer comales para subsistir.
Silvia era la tercera hija, una niña gordita, de cara redonda y rasgos finos, pero lo mejor era su cabellera muy larga. Sin embargo, un día se la cortaron porque su prima le prestó su peine y al parecer tenía tiña. El caso es que mi madre me dijo que no me juntara con Silvia porque me iba a contagiar, pero eso nunca me importó, nunca la escuché pues mis hermanas se habían ido a la ciudad de México con mi tía Romelia a estudiar la secundaria y yo me quedé muy solita con mis dos hermanos que todo el tiempo me molestaban. Por eso todas las tardes visitaba a Silvita para jugar, nos escapábamos al río a bañarnos, hacíamos los mejores pasteles con lodo, cortábamos flores y frutas y si era la temporada de chapulines atrapábamos muchos, a veces subíamos al cerro y desenterrábamos jícamas frescas y jugosas, nunca descansábamos. Pero un día todo ese se acabó.
Silvia tuvo que ir a juntar barro, piedras, estiércol de vaca y mucha leña con sus hermanos, así que ya no salió a jugar, su madre dijo que ya era grandecita y debía ayudarlos en la elaboración de comales.
Mi vida cambió desde que la vi cómo molía el barro y la piedra, y yo ya no tenía con quien jugar. A pesar de ello, trataba de estar cerca por lo menos para platicar, por las rendijas de su casa la veía cómo molía, a veces me metía y me daban ganas de ayudarla, eran montones de piedras y tierra. Nunca me dejó.
Un día me dijo: ¡por favor vete!, dice mi mamá que le vas a hacer ojo a los comales y no van a salir bien. Me sorprendió esa frase y pensé: ¡esas tonterías no existen! y me fui a mi casa. Busqué otras ocupaciones, las revistas de mi abuela, los libros de mi padre me entretenían o el radio. Algunas semanas ni siquiera salí a jugar.
Una tarde vi tres llamaradas enormes en el patio de doña Elodia, me acerqué un poco y escuché unos tronidos, pensé que eran los carrizos que le ponían a los comales para cocerlos, en ese momento salió Silvia y me dijo: ¡vete por favor! Los comales no van a salir si sigues por acá. Me alejé y al otro día supuse: doña Elodia ya vendió lo comales así que visité a Silvita para decirle que saliera a jugar porque su trabajo ya había acabado, pero no quiso y me dijo: mi mamá está muy enojada, no sabemos que pasó, todos los comales se rompieron y ninguno sirvió, no sabemos qué sucedió, a lo mejor les echaste ojo. Le contesté enojada que eso era imposible, en ningún momento vi cómo los aplanaban. Le dije que tal vez el barro no servía o doña Elo no sabía hacerlos, de cualquier modo, no dejé de sentirme culpable y pensé: eso me pasa por metiche. A pesar de ello, reaccioné feliz y olvidé el asunto cuando Silvita me dijo:
-¡Mi mamá ya no va hacer comales!, por lo menos podremos ir al río y jugaremos como siempre, eso sí ¡no sé qué vamos a comer!
-Le dije espérame voy por unos huevos y frijoles para ti, pero ella me dijo: olvídalo no tengo mucha hambre, mejor nos vamos al río, hace mucho calor.
De ese modo, regresaron nuestras tardes de juego, por lo menos un tiempo hasta que crecimos y a ella ya no la dejaron porque tuvo que hacer tortillas y juntar leña.
A mí me mandaron a cuidar chivos, no obstante, seguimos siendo amigas y las tardes fueron para platicar hasta que la vida nos separó, tuvimos que migrar a diferentes ciudades para estudiar y trabajar.
Pasaron muchos años tal vez veinte o más. Nos reencontramos, platicamos y juntas nos reímos y revivimos nuestra infancia. En eso le dije ¿qué pasó con los comales de tu mamá? Desde la quebrazón ya nunca volvió a venderlos.
Ella puso su cara triste y seria a la vez. Huuum…amiga debo confesarte un secreto, ya se lo dije a mi mamá, me avergüenzo, ¡les puse sal para que se reventaran!
No podía creer lo que estaba diciendo y ella dijo con lágrimas -odiaba moler tanto barro y piedras, eran horas hincada, aparte tenía que juntar las cacotas de vaca, los carrizos, ya no quiero recordarlo. Tú me viste, ahora te aclaro: ¡nunca les hiciste ojo! Me arrepiento de ello no creas, pero solo quería salir a jugar.