Virginia López Domínguez (Buenos Aires, 1954). Filósofa y escritora, traductora de Fichte y Schelling. Profesora titular en la Facultad de Filosofía de UCM durante 30 años. Profesora visitante en la UNAM y la UBA, entre otras Universidades. Visiting Scholar en Harvard, Oxford y Freiburg. Especialista en idealismo alemán y romanticismo, también escribe sobre poetas y la esencia de la poesía. Sus últimas obras sobre estos temas son Compañeros de viaje. Poetas en busca de su identidad (2020) y Cuando lo infinito asoma desde el abismo. Estudios sobre el romanticismo en lengua alemana e inglesa (2021). Entre sus ensayos de género figura “Madres”. Los clanes matriarcales en la sociedad global (2016). También es autora de cuentos y minirrelatos. Con su novela “El Tacuaral” obtuvo el Premio Cáceres 2009. Los poemas que aparecen aquí pertenecen a su libro “Bajo el resplandor crepuscular” publicado por Silla vacía, en Morelia, 2021.

Virginia López Domínguez: La herida varada en mí.

EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS

Agoniza un abeto arrancado de cuajo

con disfraz de globos rojos y galletas de plástico.

Resplandece la casa atiborrada de luces de colores

que ahogan la paz de la estrella entre lo oscuro.

Sin techo, sin suelo, sin centro,

hiela el frío por los rincones.

Un perro tocado de fieltro con cuernos de reno,

un gato sacude la cabeza con gorro rojiblanco,

el pordiosero de ayer se viste maloliente de Santa,

un villancico se escucha a través de un celular.

Una vieja se emborracha. 

Sola,

tantas veces sola.

Sola dio a luz a sus hijos.

Sola los educó.

Sola les entregó todo lo que tenía.

Sola se quedó para que otros vivan.

Sola se murió.

La Soledad es la ingratitud

de los que te maman.

Los ojos diamantinos

como carbunclos en la noche.

Tú no los ves y ellos te miran.

Ausentes, presentes.

La soledad es la vergüenza

que se esconde para no verte,

la culpa de los hijos que toma cuerpo

y se deshace en nada…

como los días y los segundos.

Tantas veces armaste belenes y pesebres

y ahora ni hay oídos que escuchen

ni apenas tiempo para decirlo:

¡Feliz Navidad!

.

.

FASCINACIÓN MARINA

Olas estallando espumas contra acantilados,

detonando estruendosas dentro de las cuevas

excavadas en la roca con ancestral paciencia.

Cual rítmicas crestas de una marea de fondo,

avanzan sin tregua, tenaces, en arrebato, 

para estrellarse como pasiones ciegas, 

ante lindes, tributos u obstáculos.

Azul marino intenso, vinoso ponto,

temido por ignoto, indomable, profundo.

Verde esmeralda, turquesa, jade,

cristal centelleante que flexible transluce

peces, tortugas y jardines de coral

en sosiego transparente y purificador. 

Piélago enrojecido de atardeceres fogosos.

Camino de luz, luna espejándose en la tiniebla.

Negra noche que te ingiere sin horizonte

mientras desprendes chispas diminutas 

encendiendo luminiscencia al nadar.

Fluir que te abraza protegiéndote cariñoso,

lento acaricia cada faceta de tu piel

y dócil te peina con sus líquidos dedos.

Agua revuelta por los tifones en superficie,

tranquila por dentro, pero con corrientes,

pasadizos deslizantes que conducen

a sus santuarios a los grandes animales,

útero primordial vomitando anfibios a tierra.

Mar que amenaza con ahogarte y pide respeto,

mar que da vida y puede arrebatarte hacia la muerte,

mar que acerca y aleja, mar de olvido y de naufragio

donde intuyes las botellas con sus mensajes flotar.

Mar que extenuado lo abandonan las ballenas

varándose insólitas en cualquier costa,

antes de que el depredador más voraz

lo asesine a fuerza de pesca, turismo y basura.

Mar caliente rebosando plagas de sargazos o medusas,

mar atestado de plásticos, ponzoñas y residuos.

mar gélido donde los osos albos vagan sin rumbo,

acorralados en los témpanos, esperando la muerte llegar.

-¿Cómo hemos sido capaces de hacerte esto?-,

inconsolable me pregunto, mientras ruego

que me dejen al menos una playa virgen

para que pueda perecer mirando el mar.

.

.

LAMENTO DE EXTRANJERÍA

A menudo me parece

que vivir sin fronteras

no es, aunque quisiera,

sentir mi casa en todas partes.

Vagando de un lado a otro,

con creciente sorpresa descubrí

que la gente discrimina como sea

y siempre me perciben extranjera.

Lo mismo da adoptar con deferencia

lo mejor de las costumbres ajenas

y hasta el habla del sitio al que se llega.

No importa si ayudas a la comunidad,

te expresas empático en varias lenguas,

ni siquiera si exhibes más de una procedencia.

Tristemente sucede por donde vaya:

tanto en la tierra en que nací,

como en el país que a la sazón habite

o transcurrió la mayoría de mi existencia

educando a extraños o a mi descendencia.

No es problema de lugar o adaptación,

sino un modo de abolir el derecho a opinar,

una estrategia artera que permite justificar

la carencia de la propia responsabilidad

atribuyendo la culpa a los de fuera.

De un plumazo se elimina la competencia

y, bajo el pretexto de ser forastera,

desacreditado el mérito, se oculta la excelencia.

El término varía con el sitio donde me encuentre,

y, aunque posea un tono despectivo siempre,

certera denota la xenófoba diferencia.

Gringa, güera, gallega, goda, sudaca, 

charnega, chola, kurepa, rota, polaca.

Para definirme con mayor precisión,

prefiero evitar el exabrupto patriótico,

que detalla a quien margina, al neurótico,

convertido en centro y punto de referencia.

Incapaz de negar cualquiera de mis raíces,

no se debería prescindir de mis pertenencias.

Así no se me adjudicaría ningún fanatismo

ni siquiera el del clásico cosmopolitismo.

Única, polifacética, flexible, múltiple, transigente, 

ecuánime, tolerante, respetuosa, condescendiente.

La extranjería expone la herida que somos,

esa singularidad que choca ante lo colectivo

y se vuelve signo aristocrático de distinción.

Es asumir el riesgo de andar por la banquina,

la libertad de estar fuera de juego en el arcén, 

la empresa imposible de coincidir consigo,

ese hacerse otro a cada instante sin querer.

Ajeno se siente el que no se reconoce

ni en sus promesas ni en sus decires,

quien se atiborra de futuro huyendo del ayer

o quiere seguir siendo siempre el mismo,

desmintiendo su pasado en cada realización.

La extranjería entraña peligro

porque encubre disidencia,

pero foráneos somos todos.

Virginia López Domínguez (Buenos Aires, 1954). Filósofa y escritora, traductora de Fichte y Schelling. Profesora titular en la Facultad de Filosofía de UCM durante 30 años. Profesora visitante en la UNAM y la UBA, entre otras Universidades. Visiting Scholar en Harvard, Oxford y Freiburg. Especialista en idealismo alemán y romanticismo, también escribe sobre poetas y la esencia de la poesía. Sus últimas obras sobre estos temas son Compañeros de viaje. Poetas en busca de su identidad (2020) y Cuando lo infinito asoma desde el abismo. Estudios sobre el romanticismo en lengua alemana e inglesa (2021). Entre sus ensayos de género figura “Madres”. Los clanes matriarcales en la sociedad global (2016). También es autora de cuentos y minirrelatos. Con su novela “El Tacuaral” obtuvo el Premio Cáceres 2009. Los poemas que aparecen aquí pertenecen a su libro “Bajo el resplandor crepuscular” publicado por Silla vacía, en Morelia, 2021.Virginia López Domínguez: La herida varada en mí.